viernes, 18 de septiembre de 2009

Se llama como yo, que también doy mucha guerra

Hace seis o siete años, en la entrega de premios de la Clásica a Guadarrama, el excelente fotógrafo, y mejor persona, Rafa Gómez le preguntó a mi hijo –por aquel entonces un mocoso de cinco o seis años- cuál era su ciclista favorito. Y se quedó sorprendido por la respuesta: Héctor Guerra, porque se llama como yo, que también doy mucha guerra. Y es que entonces el madrileño era un ciclista casi desconocido, que se iniciaba en el profesionalismo apuntando buenas maneras –pese a su tardío inicio, procedente del BTT-, eso sí.

Desde ese momento, y no sólo por las preferencias de mi hijo, he tenido bastante trato personal con Héctor (Guerra), al que le he visto hacer carrera desde ‘abajo’ en el ciclismo portugués, a diferencia de otros que llegan al país vecino desde ‘arriba’, en situaciones más o menos injustas que ahora no es el momento recordar. Y de las circunstancias personales y profesionales que le han acompañado. Su gran momento estaba llegando, pero todo se ha venido abajo. Héctor ya no seguirá siendo el ídolo de Héctor, porque su carrera se ha acabado.

Hoy seguro que, desgraciadamente, muchos más conocen ya a Guerra que si hubiera ganado Portugal –ese objetivo que tenía entre ceja y ceja al que ya no podrá aspirar- y que la mayor parte de los que hoy han oído hablar de él por primera vez, emiten juicios de valor tan tajantes, tan contundentes y sobre todo tan intolerantes como si le conocieran de toda la vida. Quizá el tan manido “soy inocente” que escuchamos en boca de otros que no conocemos y del que nos sonreímos maliciosamente, si no nos reímos a carcajadas, encuentre en esta ocasión alguna mínima comprensión –que no justificación- cuando afecta a alguien más cercano.

No voy a entrar en más detalles. Que cada uno saque sus conclusiones. Y que juzgue a los que tiene que juzgar.

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