martes, 27 de julio de 2010

Un Campeonato, dos categorías y varias reflexiones

Aunque la mirada del 99,9% de los aficionados al ciclismo en carretera estaba puesta ayer de forma casi exclusiva en los Campos Elíseos de París, un porcentaje mucho menor teníamos como principal punto de mira de la jornada otro escenario muy distinto y alejado, Segovia, donde este fin de semana se han disputado los Campeonatos de España de ciclismo para dos categorías radicalmente opuestas, juveniles y veteranos –y aquí englobo a lo que se denominan tanto seniors como masters-. Y la verdad es que no me arrepiento en absoluto de haber sido espectador de lujo de estos Nacionales.

Es paradójico que dos categorías tan distintas coincidan en un mismo escenario para dilucidar sus respectivos Campeonatos, aunque perfectamente comprensibles las razones –organizativas y económicas- que han dado origen a esta fusión contra natura. Por un lado tenemos a los juniors, al llamado ciclismo del futuro, al evento que ha reunido a los que serán profesionales dentro de pocos años, recurriendo al tópico, a los sucesores de Contador. Por otro, a unos ciclistas que no podemos llamar del pasado bajo ningún concepto. Ni por la ilusión que destilan, ni por el empeño que ponen en sus pruebas. Ni muchos menos por los medios con los que compiten algunos. Y desde luego, ha sido un cincuentón recién estrenado, el navarro Javier Meoqui, el protagonista de las imágenes más emotivas del fin de semana, con esas lágrimas más propias de un juvenil, de un infantil, en el podio, aunque perfectamente entendibles en un hombre que conseguía materializar su sueño en un maillot rojo y amarillo tras muchos años de búsqueda.

Y es que la categoría de veteranos -que algunos abogan desacertadamente por su desaparición en su faceta competitiva- se merece una profunda reflexión, e incluso potenciación. Como decía, hay que ver los medios económicos que conlleva –no sólo en material que usan, sino en gastos ‘colaterales’ como el desplazamiento propio o el de los familiares que les acompañan- para pensar en que esta categoría tiene mucho más futuro –desgraciadamente incluso- que las de base, donde se nota más la crisis de vocaciones. De ahí el éxito de competiciones como la Copa del Mundo de Saint Johann in Tirol o la Copa de Europa de Mallorca. Los Nacionales tampoco van mal cuando se citan medio millar de ‘veteranos’, aunque tanto esta competición como la Copa de España deberían empezar por una redefinición de los grupos de edad y en sus denominaciones.

En cuanto a los juveniles, el palmarés no corrobora la condición de trampolín de este evento, algo que no debe sorprender ya que el Nacional es una prueba de un día, en la que la tensión y el nerviosismo afloran por encima de las características de los corredores de la categoría. Obviamente quien gana no es un ‘cojo’, pero muchos grandes profesionales jamás brillaron en este Campeonato, empezando por el propio Alberto Contador o por el inigualable Miguel Indurain. Eso sí, en los últimos años encontramos algunos nombres como Santi Blanco, Eladio Jiménez, Xavier Florencio, Rubén Plaza, Koldo Fernández de Larrea o José Joaquín Rojas, en la prueba en línea o en la de crono, a los que se podrían unir algunos de los ciclistas que acaban de subir a la máxima categoría o lo harán en breve. Y es que no debemos olvidar que, en el fondo, estamos aún en una categoría de formación. Ya habrá tiempo para resultados.

martes, 20 de julio de 2010

Contador, una imagen equivocada

Anoche estaba dispuesto a no escribir ni un solo comentario en relación a la ‘cadena’ de acontecimientos sucedidos entre Contador y Schleck, desde Balès, hasta las primeras manifestaciones del madrileño nada más cruzar la meta, terminando con ese vídeo seminocturno de disculpa.

Y es que pensaba que ya se había dicho todo al respecto: opiniones acertadas, interesadas, tergiversadas, de auténtica mala fe, de relleno descarado e incluso del ‘no sé pero contesto’. Una vez más, voy a recurrir a ese cuento que me gusta tanto del padre, el hijo y el burro… y que cada uno saque las conclusiones que quiera y que pueda.

Pero al final, no me he resistido a dejar pasar la ocasión de poner mi granito de arena. No sobre lo sucedido, sino sobre el comportamiento de Alberto Contador. Y es que el de Pinto siempre ha querido siempre marcar diferencias con otros campeones de antaño, para los que ganar estaba por encima de todo. Ciclistas cuya rivalidad con sus coetáneos primaba por encima del más mínimo atisbo no sólo de amistad, sino siquiera de cualquier tipo de relación: Coppi y Bartali, Anquetil y Poulidor, Merckx y Ocaña, Fignon y Lemond… Y aunque pudieran existir ‘gestos’ –el famoso bidón de los dos italianos, el amarillo al que renunció el ‘Canibal’ precisamente en Luchon…-, el fondo de querer ganar estaba por encima de todo. Solamente Indurain, con su imagen de ‘hombre tranquilo’ daba la impresión de no querer buscarse problemas con nadie.

Contador se ha empeñado en dar una imagen más humana… y se ha equivocado. Por toda la razón que tuviera en decir lo que dijo sobre el fair play en Spa, estas palabras eran como una ‘daga’ en manos de los que nunca olvidan. Y ayer han intentado clavársela. Por mucho que ayer el ya líder del Tour se disculpara por dos veces, de forma innecesaria e incluso contradictoria.

Lo que es cierto –coincido con Juanma Trueba en AS- es que esta historia le va a quitar cosas más importantes que ese medio minuto que logró en meta. Pero no tiene por qué ser malo, todo lo contrario: ojalá se dé cuenta de que en este deporte –en la vida, también- no es necesario quedar bien con todo el mundo, y que de algunas cosas, cuanto menos se sepa, mejor: una disculpa privada con Andy, sin que nadie se entere, podría haber sido suficiente. Y que en el deporte, tan importante como el fair play es ganar, si no más. Y que me perdonen los puristas del espíritu olímpico. Aunque en el fondo, si el domingo en París Contador gana con más de un minuto de ventaja, lo sucedido ayer pasará al archivo de las historietas y batallitas del Abuelo Cebolleta, que recordaremos sólo en fechas señaladas y aniversarios.

sábado, 17 de julio de 2010

Otro ciclismo, la Megavalanche

Todavía hay mucha gente que sigue pensando en que el ciclismo es solamente carretera, que todas las demás disciplinas son complementarias (pista), preparatorias (ciclocross), modas (BTT) o incluso marginales (trial). Opinión que desde luego no sólo no comparto, sino que me ‘duele’, ya que en mi caso disfruto con todas y cada una de las modalidades.

Por ello, no me resisto a ‘vender’ todos aquellos acontecimientos que por su originalidad, espectacularidad, emoción o incluso protagonismo español contribuyen a hacer más grande –por polifacético- el deporte del ciclismo.

Es el caso de estas imágenes sobre las que me puso en la pista esta mañana Josechu Garay, autor de las mismas y padre del prometedor ‘descender’ Iago, pero sobre todo un apasionado de la bicicleta que, paradójicamente, ha descubierto la carretera desde el mountain bike. Se trata de la Megavalanche, uno de los descensos más originales, largos y duros, que –siguiendo con las vinculaciones entre las distintas disciplinas- tiene lugar en la zona del Alpe d’Huez.


Gracias por la pista y disfrutar de las imágenes!!!

miércoles, 14 de julio de 2010

Del recuerdo de Joseba Beloki al de Luis Ocaña

Muchos medios informativos han aprovechado la etapa de hoy con final en Gap para recordar lo sucedido hace siete años justos, cuando una caída en el descenso de la cota de La Rochette –en este mismo recorrido- sepultó para siempre las aspiraciones de Joseba Beloki en el Tour, tras haber sido podio en las tres ediciones anteriores, incluyendo la ‘plata’ el año anterior. También recordamos el arriesgado descenso de Lance Armstrong campo a través para sortear al guipuzcoano, sin sufrir el más mínimo percance. La suerte de los campeones… que le ha abandonado definitivamente en este 2010.



Pero lo que nadie ha recordado es que en este mismo trazado encontrábamos, casi de salida como entonces, un puerto llamado Laffrey en el que Luis Ocaña comenzó a tejer su leyenda, mezcla de heroísmo, genialidad y desgracia. Para mi, decir Ocaña es decir ciclismo. Del conquense tengo mi primer recuerdo ciclista –las imágenes de Anoeta en la crono final de la Vuelta a España en 1970, en la única edición que ganó- y la primera gran alegría que me dio este deporte precisamente cuando me enteré horas después en el telediario de su gesta en Orcieres Merlette, final de aquella etapa –y cuyo nombre dirá mucho más a los aficionados, en la que se atravesaba ese puerto desconocido y olvidado, pero seguro que de imborrable recuerdo para los protagonistas de aquel día, caso de Joaquim Agostinho, Eddy Merckx, Gosta Petterson, Bernard Thevenet, Joop Zoetemelk o Lucien Van Impe.

Ocaña tuvo la desgracia –el mismo lo reconoció en vida- de ser considerado medio francés en España y medio español en Francia, aunque jamás quiso renunciar a su nacionalidad. Además, su carácter desbocado y sus filiaciones políticas lepenistas, ya retirado, no contribuyeron precisamente a darle una aureola de mito de las que otros muchos pavonean, con bastantes menos méritos.

Fue Agostinho el que atacó en aquel puerto, ataque al que respondió Ocaña, así como los capos de aquella edición. Pero el español, como no se había visto desde los tiempos de Coppi, fue descolgando a todos sus rivales, primero en esa cima, luego en Noyer, donde se quedó solo para realizar, majestuoso, la ascensión final, llevándose la etapa con 5-42 sobre Van Impe y 8-42 sobre el resto de sus grandes rivales, entre ellos el ‘Canibal’. Más de 60 corredores tienen que ser repescados del fuera de control.

El resto de la historia es sobradamente conocido. Cuatro días más tarde, Merckx lanzaba un ataque desesperado camino de Bagneres de Luchon, en una carretera en pésimas condiciones por la lluvia, sabedor que sus opciones pasaban por no dejar escapar la más mínima oportunidad. Ocaña se cebó y en un peligroso descenso de aquel puerto de Mente de infausto recuerdo daba por dos veces con sus huesos en el suelo, era arrollado por otro ciclista… y terminaba en el hospital. Merckx –con el que precisamente no guardaba una buena relación y más en aquel Tour- no quiso vestirse de amarillo como homenaje al campeón caído. Pero lo cierto es que en el palmarés de aquella edición figura el nombre del ‘Canibal’ y no el del español.



Y es que la relación Ocaña-Tour no fue precisamente un romance, sino más bien una tragedia, pese a la espectacular victoria en 1973, adornada con seis etapas, alguna de ellas tan mítica como la de Les Orres, de la que ya hablaré algún día: abandono por caída en 1969, enfermo en 1970, adiós escupiendo sangre en 1972, ausente en 1974 por lesión unos días antes del inicio del Tour, o retirada por un forúnculo en 1975. Corrió sin problemas las dos siguientes ediciones… pero ya era una sombra del que había sido.

En 1994 puso fin a su vida suicidándose, por sus problemas personales, de salud y económicos. Todo ello no resta un óbice a la categoría y al mérito de uno de los grandes ciclistas españoles de la historia, y posiblemente junto a José Manuel Fuente el más espectacular. Y, desde luego, el ‘culpable’ de que ahora mismo esté escribiendo estas líneas.

sábado, 10 de julio de 2010

Cuando de la tensión saltan algo más que chispas

No es el ciclismo un deporte muy proclive a las peleas. A pesar de la tensión que se acumula siempre que hay algo en juego, de las actuaciones más o menos irrespetuosas e incluso maleducadas que suceden en determinados momentos de carrera –sobre todo los sprints-; a pesar de que la convivencia durante muchos días es el mejor caldo de cultivo para que aflore lo que se puede aguantar en otras circunstancias más propicias, las peleas como la que tuvieron ayer Carlos Barredo y Rui Costa son muy infrecuentes en el mundo de la bicicleta. Y desde luego, batallas campales como las que vemos en el hockey sobre hielo, el baloncesto o incluso el fútbol, algo totalmente impensable en este deporte, aunque no tengo estadísticas ni he podido hacer una recopilación más o menos fiable de casos.

Pero como nos contaron en la Facultad, “perro muerde a hombre no es noticia” –salvo en el ciclismo con los casos de dopaje-, pero el “hombre muerde a perro” salta a todos los medios y más cuando existan imágenes “atractivas”, aunque éstas sean tan incompletas como las de los dos ciclistas implicados: no sabemos nada de las causas de la acción del portugués –un corredor al que apenas conozco, pero al que califican de imperturbable- que provocó la reacción de verdadero energúmeno del asturiano –al que sí conozco, y del que me cuesta creer esa respuesta- cuando entró a la meta.

He intentado buscar antecedentes de este tipo de situaciones y en general todas responden a un mismo esquema: una situación de tensión en carrera, una llamada de atención, una respuesta del tipo “déjame en paz” –a veces con la forma menos respetuosa de vete a tomar por..-, una exigencia de explicaciones… y dos tíos enzarzados.

La primera pelea de la que me acuerdo –no por haberla vivido, lógicamente- fue en el Tour de 1964, cuando el manchego Fernando Manzaneque y el italiano Vito Taccone se enzarzaron a golpes en plena carrera… sin que ninguno de los dos fuese expulsado. Eran dos ciclistas de muy fuerte carácter –quizás deberíamos decir algo más, vista la trayectoria vital de ambos- pero en otras ‘refriegas’ posteriores los protagonistas han tenido al menos un ciclista con un carácter más o menos apacible.

Por ejemplo, el archiconocido combate de boxeo entre Leonardo Sierra y Ramonchu González Arrieta en la Vuelta a España de 1995. No conozco al venezolano, pero con el vasco he convivido bastante en los últimos meses –y ya le conocía de antes- y la verdad es que jamás te lo imaginarías en ese fregado, por su carácter tranquilo y apacible. Y aunque el entonces corredor de Banesto se disculpó, de nada le sirvió, ya que la organización les puso a los dos fuera de carrera.

Otro incidente, aunque éste monodireccional, fue el protagonizado por Mario Cipollini en la ronda nacional del 2000. La discusión en carrera con Paco Cerezo –otra persona tranquila, con el que he pasado buenos momentos estos últimos años- se saldó… al día siguiente, cuando ambos se encontraron en el control de firmas: el italiano –de carácter fuerte, pero del que no se esperaba esta respuesta rencorosa- soltó un puñetazo en la ceja del manchego… y no hubo más porque se interpusieron sus compañeros en Vitalicio. El velocista italiano fue expulsado de carrera inmediatamente, argumentó la tensión que tenía por su madre enferma –algo que se pudo comprobar- y luego se disculpó con el propio Cerezo: ‘algo’ chulo si, pero ‘il bello Mario’ no tenía mal corazón.

Y sin ánimo de ser exhaustivos, recordar el rifi-rafe del pasado Giro entre Cadel Evans y Daniele Righi o incluso en este mismo Tour, con Robert Hunter y Jakob Fuglsang, golpeándose sobre la bicicleta. En el primer caso, una simple sanción económica de 2.000 euros; en el segundo, “ná de ná”.

Así pues, estas acciones –que no benefician a la imagen del ciclismo, ya bastante maltrecho- que otrora fueron sancionadas de la misma forma radical que en otros deportes, con la expulsión, han comenzado a ser tratadas de forma más benevolente. Pero en este caso pienso que el Tour ha acertado con una sanción económica –que podría haber sido más ‘dolorosa’ y ejemplarizante- y con la imagen de la reconciliación en el control de firmas… que ojalá tenga la misma difusión en los medios informativos, aunque me temo que no.


En cualquier caso, lo verdaderamente lamentable es que estas actuaciones sucedan en el deporte de base y no por menos conocida, esta grabación más o menos anónima es la que nos debe llevar a la toma de medidas drásticas en contra de la violencia.

Foto, tomada de http://www.as.com/.

jueves, 8 de julio de 2010

Koblet y Kubler, tanto monta, monta tanto



Aprovechando la noticia de que el patrón del BMC ha financiado una película –mitad documental, mitad con actores- sobre Hugo Koblet, uno de los grandes suizos de todos los tiempos, quiero rendir mi particular homenaje tanto a él como al otro gran corredor helvético de la década de los 50, Ferdinand Kubler. Dos ciclistas totalmente diferentes en su estética, en su filosofía, en su vida, pero íntimamente ligados en su carrera profesional e incluso en sus características, como ciclistas polivalentes, completos, capaces de ganar tanto subiendo como contrarreloj: en 1950 Koblet se convirtió en el primer suizo en ganar el Giro y Kubler, en el primero en anotarse el Tour. Un año más tarde, Hugo se llevaba la carrera gala y Ferdinand, el Mundial. Y a pesar de su rivalidad, no hubo enemistad entre ellos, quizá por el carácter abierto y simpático de ambos.

Koblet era un verdadero adonis… y lo sabía. De ahí su costumbre de peinarse y de acicalarse antes de una ceremonia protocolaria –siempre llevaba una esponja, un peine y un espejo en el maillot, dicen-, pero también incluso en carrera para ‘desconcertar’ a sus rivales. Sin embargo, su sobrenombre de ‘Pedaleur de Charme’ –el ciclista encantador, precisamente el nombre de la película a la que me refería al inicio de este post- no se debía a su físico, sino a su pedaleo suave, a eso que hoy llamamos “estilo” o “clase”. Un apodo que le puso un famoso cantautor francés, cuando ciclismo y vida estaban más unidos que ahora. También podría haberse debido a su carácter extrovertido y galante. Vamos, un conquistador nato.

Hugo, que procedía de un hogar bastante humilde –hijo de un panadero, lo que le valió el menos conocido apodo de ‘Panadero de Zurich’ y bastante oposición para dedicarse al ciclismo-, tuvo unos años bastante buenos en ruta y luego explotó su fama en los velódromos, donde se hizo con una verdadera fortuna, cada vez más alejado de la carretera donde la suerte le fue decididamente esquiva. Fue el comienzo del fin: aventuras sentimentales, dilapidación, decepciones, retirada, pobreza… hasta que en 1964 falleció al estrellarse el coche en el que viajaba en una recta. Algo incomprensible, que sugiere la idea del suicidio, pero nunca lo sabremos: llegó con un soplo de vida al hospital donde un doctor, llamado paradójicamente Kubler, no pudo evitar su muerte, cuando apenas contaba 39 años.

Por el contrario Kubler era feo de narices –su apéndice nasal no tenía nada que envidiar al de Coppi-, con rasgos duros, muy marcados, y una nula preocupación por su estética, al menos en carrera: dicen que en los momentos de sus ataques echaba espuma por la boca, algo que puede sugerir muchas causas y sobre lo que no voy a entrar, aunque a sus 91 años es el ganador vivo del Tour de mayor edad. Pero este rostro poco agraciado ha sido la imagen publicitaria más habitual en Suiza en la segunda mitad del siglo XX, ya que numerosas empresas han recurrido a su fama como reclamo de sus productos.

Al igual que su paisano y rival, desconcertaba a sus rivales en carrera, pero de forma muy diferente: no era infrecuente que se pusiera a gritar frases inconexas en su dialecto natal para motivarse o incluso relinchos salvajes, lo que le valió los apodos de ‘Cowboy’ o ‘Pura sangre’, aunque sus paisanos preferían llamarle El ‘Aguila de Adiswill’. Su temperamento en carrera estaba en consonancia con su locuacidad fuera de ella: en resumen, un verdadero ‘chollo’ para los medios de comunicación actuales si hubiera nacido en esta época.

Este año el Tour no hace escala en Suiza, por lo que cualquier momento es bueno para recordar a estos dos personajes, grandes en una época de grandes ciclistas como Coppi, Bartali, Magni, Bobet, Geminiani, Ockers o Van Steenbergen.

domingo, 4 de julio de 2010

Homenaje a Escuredo

Creo que ya ha quedado patente en este blog mi admiración hacia José Antonio Escuredo, uno de los mejores ‘pistards’ españoles de todos los tiempos, un ciclista al que solamente le faltó ser campeón del mundo u olímpico para entrar en esa leyenda de los elegidos: pese a ello, la medalla de plata en el keirin de Atenas 2004 y tres subcampeonatos del mundo coronan un palmarés que incluye más de 30 títulos de campeón de España en todas las disciplinas.


Y aunque está en catalán, os recomiendo que echéis un vistazo a este vídeo realizado con motivo del reciente homenaje que se le rindió en el velódromo de Horta en Barcelona.

viernes, 2 de julio de 2010

La cara de la desgracia en el Tourmalet: Eugène Christophe

Faltan escasas horas para que se inicie el Tour de Francia 2010. Y aunque las claves de la carrera son, a priori bastantes –luego se verá a posteriori cuáles fueron realmente determinantes y que otros ‘obstáculos’ inesperados marcaron el desenlace-, aunque solamente sea por motivos sentimentales se señala uno por encima de todos, el Tourmalet, el rey de los Pirineos, que se subirá dos veces en esta edición, en el centenario de su ‘descubrimiento’, una de ellas –el 22 de julio- como final de etapa. Y es que el coloso pirenaico, pese a ser clave en la historia del Tour, tan solo había acogido hasta ahora una llegada -Jean Pierre Danguillaume se impusó allí en 1974-, aunque la estación invernal de La Mongie, situada a 4,5 kilómetros de la cima, ha albergado tres finales de etapa –Bernard Thevenet, en 1970; Lance Armstrong, en 2002; e Ivan Basso, en 2004-.

Hemos tenido ocasión en estos días de leer en numerosos medios la historia del descubrimiento de la mítica cima, la mentira de su descubridor, Alphonse Steinés, cuando telegrafió al patrón del Tour mintiendo sobre la accesibilidad de la carretera que franqueaba el paso: «Atravesado Tourmalet. Stop. Muy buena ruta. Stop. Perfectamente practicable. Stop». (Os recomiendo la narración de Goméz Peña en El Correo de este episodio). También se ha recordado la actitud de Octave Lapize, primero en cruzar la cima, que llamó ‘asesinos’ a los organizadores, aunque su protesta –quizá sentando un precedente habitual en el mundo del ciclismo de hablar pero tragar- se quedó en eso, olvidándose poco después de llegar a París como ganador de aquella edición.

Sin embargo, el ciclismo no lo hacen solamente los ganadores, sino que muchas veces la épica que ha caracterizado este deporte –y que algunos pretenden olvidar y hacer olvidar- muchas veces tiene el nombre de los grandes derrotados. Por eso, quiero rendir mi particular homenaje, en estos prolegómenos de la edición del 2010, a otro de los grandes héroes del Tourmalet: Eugène Christophe, Cri-Cri.

El primer gran ciclista parisino fue el ‘artífice’ de que la clasificación general se realice por tiempos y no por puntos: en 1912 fue el mejor si tenemos en cuenta el cronómetro, aunque los belgas hicieron una gran labor en las llegadas para Odile Defraye, vencedor final de aquella edición por este motivo.

El cambio llegó en 1913… y entonces jugó en contra del galo: Al pie del Tourmalet, Cri-Cri había eliminado a todos sus rivales belgas, subió sin problemas el puerto y se dispuso a afrontar el descenso con una veintena de minutos de ventaja, que deberían haberle servido para ganar aquella etapa y aquella edición… de no haber sido porque rompió la horquilla de su bici en el descenso. En aquel entonces el cambio de bicicleta significaba la expulsión de carrera, lo mismo que la ayuda externa en las reparaciones. Por ello Christophe tuvo que caminar con la bici al hombro una decena de kilómetros, buscar una forja en Sainte-Marie-de-Campan –donde hay una placa que recuerda su ‘gesta’- y realizar la reparación por si mismo, ya que uno de los miembros de la organización –un árbitro, en la nomenclatura actual- le acompañó en su calvario, velando por la ‘pureza’ del reglamento… e incluso le sancionó con una decena de minutos adicionales a las tres horas y media perdidas porque un chavalín le ayudó con el fuelle. Entonces se dijo que la causa de la rotura de la bici fue el choque contra un automóvil, aunque todo el mundo coincide en que se trató de una mentira piadosa del parisino para no perjudicar a su patrocinador por esta avería.

La I Guerra Mundial acabó definitivamente con las aspiraciones de Cri-Cri de ganar el Tour, pero por lo menos salió vivo del envite –algo que no superaron muchos de sus rivales- y le sirvió para pasar a la historia del Tour de Francia y del ciclismo por ser el primer corredor en vestir el ‘maillot amarillo’, en 1919. Pero esta es otra historia de la que ya nos acordaremos y conmemoraremos como se merece en 2019.