Hoy es el día D, de después, del Mundial de pista de Copenhague. El momento de hacer un primer análisis en frío de lo que ha sido este Campeonato, el evento que ha marcado un punto de inflexión en la historia de esta disciplina, aunque mucho me temo que sea entre una curva ascendente –la que marcaba esta disciplina gracias a la espectacularidad lograda en los últimos años- y la descendente que comienza ahora, mucho me temo.
Y un Mundial que puede diferenciar dos tipos de corredores: aquellos que no tienen problemas en dedicarse a la pista, con el objetivo de este evento –y que seguirán sobresaliendo anualmente en disciplinas ya condenadas como la persecución, la puntuación o la madison- y los que sacrificarán un brillante porvenir como especialistas para convertirse en los generalistas del omnium. Y, por supuesto, dos tipos de países: los que seguirán apostando cada año en todas y cada una de las disciplinas del Mundial y los que pasarán a dedicarse exclusivamente a lo que el COI ha bendecido, buscando la gloria olímpica exclusivamente.
Australia ha sido la gran dominadora de este Mundial, demostrando que todo va por ciclos y que es necesaria una renovación, a veces incluso traumática, para renacer con más fuerza. Gran Bretaña, por el contrario, no parece preocupada ya que dice tener dos años hasta Londres. Y en el equipo ‘aussie’ tenemos a los dos grandes triunfadores del Mundial. Por un lado una corredora como Anna Meares, doble medallista en 500 y velocidad olímpica, que no tendrá ‘problemas olímpicos’, ya que puede optar hasta a tres medallas en Londres. Por otro, el extraordinario Cameron Meyer, ganador en puntuación –en una demostración a lo Llaneras-, en madison –casi, casi- y en persecución por equipos, siendo uno más del cuarteto, Pues bien, este joven veinteañero solo podrá brillar en Londres si lo hacen sus tres compañeros de cuarteta … o si deja todo y pasa a ese antiguo cajón de sastre llamado omnium. Aunque posiblemente la continuidad de sus logros esté en el asfalto, con los colores del Garmin.
Más ejemplos. Taylor Phinney –doble campeón del mundo en persecución y excelente y sorprendente kilometrista, es decir un ciclista polifacético candidato a brillar en el omnium- tuvo que rendirse a las evidencias de que en el ‘pentatlón’ no va a ganar ni el mejor, ni el más fuerte, siquiera: lo hará el que no sufra las alianzas en contra en pruebas tácticas como el scratch y, sobre todo, la puntuación. Es lo que hemos aprendido tanto el sábado con Leire Olaberria como el domingo con David Muntaner, que llegaron como líderes a la cuarta prueba y se marcharon de ella sin opciones.
Finalmente, si reparamos en los nombres de los vencedores, Edward Clancy y Tara Whitten, veremos que nunca han sido corredores punteros en otras disciplinas, sino todoterrenos que han tenido la suerte a su favor, aunque muchas veces haya que buscarla, y puedo asegurar que ambos se lo han merecido en Copenhague. Y es que el más completo no tiene por qué ser el mejor, y esta es la evidencia.
Y por mucho que mi amigo Raúl Mena -comentarista de Biciciclismo- haya disfrutado con el omnium –de haber estado allí posiblemente pensaría como él y más si hay ‘dos de los nuestros’ con opciones-, me imagino que el público se quedará con las exhibiciones de Meyer, por ejemplo, que con la regularidad de Clancy. Y por supuesto antes con la persecución de Phinney, y no sólo por su rendimiento sino por su emoción, que con su anodino omnium.