lunes, 19 de septiembre de 2011

Diario de un Mundial (V): Copenhague 2011, la antítesis de Madrid 2005

Si tuviera que elegir un Mundial como ejemplo de organización, tendría serias dudas; ahora bien, si lo tuviera que hacer como símbolo de desorganización, me quedaría sin pensármelo un momento con el de Madrid 2005, bien que me pese. La decepción por la no concesión de los Juegos Olímpicos, así como el enfrentamiento existente en aquellos momentos con la UCI, pesaron como una losa en un Campeonato caracterizado por esa dejadez organizativa propiciada sobre todo por estar en el momento inoportuno en el lugar inoportuno.

Madrid no quiso complicaciones con la crono y la ‘aisló’ en la Casa de Campo; por el contrario buscó exhibir parte de la ciudad –aunque sin atreverse a apostar decididamente por lo mejor del centro- en las pruebas en línea. En cualquiera de los casos, los problemas de tráfico fueron tremendos, insisto, por las circunstancias sobrevenidas. Hoy, seis años después, Copenhague ha imitado al modelo madrileño, aunque justo al revés.

Para la contrarreloj, Copenhague ha apostado por un recorrido casi totalmente urbano, que permite mostrar lo mejor de la ciudad más bicicletera del mundo, aunque para completar las distancias necesarias en las pruebas más largas –élites y sub23 masculinos- necesita salir ligeramente de las zonas urbanas. Y aun poniendo la llegada en el mismo centro –haciendo un símil con Madrid, en Cibeles-, los atascos que hemos vivido son mínimos, en parte por esa cultura ciclista como medio de transporte. Eso sí, cabe preguntarse si realmente una contrarreloj como ésta en la que prima solamente la fuerza –sin apenas detalles técnicos en cuanto a manejo de la bicicleta o de los desarrollos- es digna deportivamente de un Mundial. Pero es lo que hay. Y para todos.

Por el contrario, y a diferencia de Madrid, ha sacado las pruebas en línea del centro. Pero no porque le asusten las congestiones de tráfico, como ya hemos visto, sino porque es necesario un mínimo de exigencias en un circuito que jamás habrían encontrado en la llanísima Copenhague. De ahí el traslado a Rudersdal, a pesar de que este recorrido tampoco es demasiado selectivo, al menos en lo referido a la orografía.

De momento, los resultados son la antítesis de los de la capital española, aunque hasta el domingo no me atreveré a juzgar las bondades de este sistema y más tras la decepción de ayer. Pero la idea, y sobre todo la valentía en realizarla, merecen el mayor de mis aplausos.

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