sábado, 28 de abril de 2012

Ceremonia protocolaria: un momento mágico que puede llegar a ser desastroso

A pesar de que la ceremonia protocolaria después de una carrera ciclista –o de cualquier evento deportivo en general- debería se uno de los momentos más mimados de una competición, he visto verdaderas chapuzas en ese momento clave en el que se junta el reconocimiento de los méritos deportivos de los mejores, con el ‘momento de gloria’ de aquellos que posibilitan la prueba –sean patrocinadores, sean políticos- y que quieren aparecer en la foto de rigor.

El fallo más habitual es la demora del comienzo de este acto por miles de razones de lo más peregrinas. Es frecuente la ausencia de los deportistas premiados, a los que no se les ha avisado y se han ido tranquilamente a cambiar o incluso a pasar el control. Pero también la espera puede ser porque hay que confirmar los resultados definitivos completos, cuando solo importan los primeros, los que van a acudir al podio-, o porque se debe preparar todo el material de la premiación (trofeos, maillots, medallas, ramos de flores…) que debería estar dispuesto con antelación. La consecuencia normal de ello es que buena parte de los espectadores se hayan ido o estén deseando irse.

El segundo error que produce hastío es la entrega excesiva de trofeos, que debe reducirse a lo estrictamente necesario. Es harto frecuente que haya demasiadas categorías, demasiados premiados por categoría, demasiadas clasificaciones distintras o demasiados premios por participante. Si a eso le unimos que no hay un orden claro en las entregas –categorías, premiados y tipo de premios-, en las personas que participan en dicha ceremonia protocolaria y sobre todo en la alternancia entre los momentos en que se conceden los premios y en los que es necesaria una pausa para grabar o fotografiar, el desastre puede ser total. Y las ganas de irse, mayúsculas.

Pero el tercer y más grave problema es la desidia en la celebración del protocolo, que debe estar lo más estandarizado posible, aunque solo ocurre en determinadas competiciones profesionalizadas, que cuentan con un responsable de estas ceremonias -en este sentido mi compañero Norbey Andrade es el mejor ejemplo-, lo mismo que hay o debería haber especialistas en otras facetas de la competición. Corredores que salen de no se sabe donde, que suben con hijos, hermanos o incluso amigos al podio, por no hablar de los objetos más peregrinos, que no se preocupan de centrarse en lo que es el acto y a los que resulta imposible tomar una foto en condiciones; personalidades que pretenden que cada uno de sus movimientos sea inmortalizado en imágenes o que se ponen a hablar con otros participantes despreocupándose del ceremonial, o que incluso ‘arrojan’ el premio correspondiente evidenciando su hastío por participar en un podio en el que no deseabas estar. Por no hablar de las azafatas ‘amateurs’, muchas veces inexistentes, en ocasiones con vestidos absolutamente dispares y totalmente perdidas en el escenario del caos, o de maillots de tallas equivocadas... de los que incluso pende la etiqueta.

En fin, habría material para escribir un libro sobre este asunto, aunque lo único que pretendo es llamar la atención sobre un momento importante pero que se descuida enormemente. Como la comunicación, pero ese es otro tema sobre el que he insistido tanto sin éxito que ya me aburro.

2 comentarios:

  1. Debería estar prohibido dejar subir a los premiados con su respectivo hijo/s, me parece una imagen tan horrenda como ridícula. Incluso recuerdo la foto de un podium de un Campeonato de España con los corredores vencedores,el seleccionador y su descendiente (el del seleccionador), una foto para el recuerdo (de mi memoria). Bajo mi punto de vista, la demora de una entrega de premios puede empañar una competición perfecta, de ahí su importancia.

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    1. Hola

      Añadiría otra cosa que no me gusta y es que suban al podium con gafas de sol.Lo he visto incluso con lluvia.

      Un saludo y enhorabuena por el blog.

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