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sábado, 6 de abril de 2019

Treinta y cinco años de la victoria de Jesús Alonso en el Valenciaga: “Aquel día toqué el cielo”

1984. Un joven aprendiz de periodista, que juntaba sus primeras letras en el periódico Sierra de Madrid, con especial predilección por contar historias de ciclismo, oye hablar por primera vez del Valenciaga al enterarse que un chaval de la zona, Jesús Alonso, de Cercedilla, ganaba la prestigiosa carrera eibarresa. "Es la mejor carrera del campo aficionado", escuché por primera vez, y "el que gana pasa a profesionales", lo que sucedió con el corredor de Cajamadrid que al año siguiente se convertía en integrante del plantel del Zor.

Así comenzaba mi colaboración hace un año… y lo vuelvo a hacer en este para rescatar la figura de Jesús Alonso, uno de los mejores aficionados de la primera mitad de los ochenta, aunque no tan conocido, sobre todo en Euskadi, como algunos de los ganadores de esos años, caso de Jokin Mujika, Julián Gorospe o Javier Murguialday, pero que ganó aquel Valenciaga de una forma casi perfecta. Salió todo bordado, corriendo con cabeza, llevando la carrera como me convenía, sin correr riesgos innecesarios… hasta que llegó el momento de arriesgar”, recuerda 35 años después desde su casa de Cercedilla, Madrid.

Fue su primer y único Valenciaga. “En 1983, en mi primer año en Cajamadrid, Esteban Fernández –su director entonces- no me llevó, porque había muchos ‘gallos’ en el equipo, pero al año siguiente me llegó mi oportunidad. Era una carrera que le hacía mucha ilusión, y allí estuvimos Fuerte, Moreda, creo que Torres y yo. Llegaba muy bien de forma. No te voy a decir que me viera como favorito, pero sí con expectativas de hacer algo”. Allí estaban los mejores equipos, Orbea, Gurulesa, Reynolds, CLAS... “No era lo que más me preocupaban los rivales, sino que se trataba de hacer nuestra carrera, de estar bien yo y el equipo”.

Y es que el madrileño llegaba de completar un gran Iberduero, batido solamente por un tal Miguel Indurain, y de ser quinto en Gorla, “donde hubo una caída al principio que me dejó cortado y tuve que ir remontando, hasta que nos quedamos tres en cabeza –uno de ellos Salvador Sanchis y el otro no lo recuerdo-, pero no puede hacer más”.

Pese a que confiesa que no es muy bueno para los nombres, Alonso recuerda todos los detalles de aquel día. “Llegamos el día antes y dormimos en un hotelito que había en Arrate. El día amaneció lluvioso, y aunque prefiero correr en seco, vivo en la Sierra de Madrid y he salido muchos días a entrenar pisando nieve. Pero sí, se trataba de no arriesgar en las primeras bajadas, porque la lluvia fina que caía te podía jugar una mala pasada. La carrera fue transcurriendo como nos interesaba, pasando en cabeza los puertos y luego dejándome caer en las bajadas, lo que me llevó a ganar la montaña”.

Todo así hasta el penúltimo puerto. “Primero atacó Anselmo y luego yo. Cogí a Leaniz, que iba por delante y bajando empalmó Isuskiza. Por cierto, hizo una bajada impresionante. En una curva se desequilibró, se sacó el pie del rastral y le dio un patadón al pretil para corregir la trayectoria. Pensé que estaba loco”.

Así, llegó a la última subida, “creo que Areitio, un grupo de diez o doce. Salió Obando y también Fabián García, conecté con ellos, los dejé y me marché hasta la meta”. También recuerda el madrileño los últimos kilómetros camino de Eibar. Me acompañaba un motorista de la organización, que iba dándome ánimos, ya que me conocía de Gorla y había apostado por mí como ganador”. Y es que en aquellos tiempos se hacían unas ‘porras’ en las que había que adivinar el vencedor del Valenciaga y de la Roubaix, que también se disputaba ese día.

Ni que decir tiene que el momento de la victoria y del podio fue algo excepcional. “Es uno de esos momentos que recuerdas para siempre. Por la victoria y por lo que significaba. Cercedilla no era un pueblo de ciclistas, sino de esquiadores. No había ni club ciclista, ni nadie que me guiara y cuando empecé, que lo hice muy tarde, ya de juvenil, no sabía ni lo que era una chichonera. Pero fue la reafirmación, la confirmación. Si había conseguido eso, podía lograr muchas cosas más. Aquel día toqué el cielo”.

Y la importancia que tiene para él aquella victoria se plasma en su propio hogar. “No tengo muchos trofeos en casa. Ni siquiera el del Valenciaga porque quise que se quedara en casa de mis padres, pero en la chimenea tengo colgada una foto de aquel día, del podio del Valenciaga”.

También recuerda con mucho cariño, el homenaje que nos rindió el Club Ciclista Eibarrés, ya que por entonces había una cena esa misma noche en la que invitaban al equipo del ganador y nosotros le entregábamos el maillot con el que había ganado. Fue un momento muy emocionante, con todo el mundo aplaudiéndonos, que nunca olvidaré”, nos dice Alonso, quien también sigue teniendo en su retina la imagen de su director “que no cabía de felicidad, con un chubasquero blanco, de los que usábamos del equipo, que no se lo quitó en todo el día. Era la carrera que soñaba ganar y lo había conseguido”. Por cierto, Fernández, que se dedica ahora a cantar como hobby, tiene un tema dedicado al Valenciaga. “Hace algún tiempo nos reunió a los corredores de aquel Cajamadrid y nos regaló a todos un CD en el que estaba esta canción”.

Y confirmando aquello de que el ganador del Valenciaga pasaba a profesionales, Alonso fichó por el Zor de Javier Mínguez para 1984, aunque el ‘tránsito’ fue muy diferente a como es ahora. “Entonces los corredores éramos los últimos en enterarnos. Sé que en 1983 se interesó algún equipo pequeño, y también hubo algo con Reynolds, porque tenía buena relación con Echavarri, pero al final seguí un año más como amateur. No era un ganador nato, pero si logré victorias de nivel como Lérida o Maestrazgo y fui séptimo en la Vuelta a Galicia, que era open. Y fue entonces cuando me enteré que pasaba con Zor, como hacían la mayoría de los ciclistas que destacábamos en Cajamadrid. Fue por un año y enseguida me renovaron por dos más –de hecho corrió la Vuelta a España su primer año-, y en eso quizá me precipité porque Orbea se interesó bastante, pero ya había renovado. Los dos últimos años los pasé en CLAS, pero ya había dejado de disfrutar con la bicicleta y lo terminé dejando. Ten en cuenta que llegué muy tarde al ciclismo, que había visto ya muchas cosas antes de ser corredor, no como otros chavales que solo viven la bici desde niños y sabía que había otras cosas fuera. Empecé a trabajar en Otero y luego hice mi propia empresa y llevo más de 20 años, con unos principios duros, pero ahora muy contento”.

Han pasado 35 años y no ha vuelto por Eibar para vivir el Valenciaga. “Estoy toda la semana viajando y cuando llega el fin de semana me gusta descansar en casa. Coincidí varias veces con una persona de la organización –vuelve a disculparse por no recordar el nombre-, que trabajaba en el Banco Exterior, y como en Cercedilla hay una residencia, venía algún verano y nos veíamos. Y hace unos años les mandé un reconocimiento. Ha pasado mucho tiempo, pero sigo teniendo muy vivo ese inolvidable recuerdo y quiero aprovechar estas líneas para mandarle un fortísimo abrazo a la gente del Club Ciclista Eibarrés y a toda la afición de Eibar”.



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