1984. Un joven aprendiz de periodista, que juntaba sus primeras letras
en el periódico Sierra de Madrid, con especial predilección por contar
historias de ciclismo, oye hablar por primera vez del Valenciaga al enterarse
que un chaval de la zona, Jesús Alonso, de Cercedilla, ganaba la prestigiosa
carrera eibarresa. "Es la mejor carrera del campo aficionado",
escuché por primera vez, y "el que gana pasa a profesionales",
lo que sucedió con el corredor de Cajamadrid que al año siguiente se convertía
en integrante del plantel del Zor.
Así comenzaba mi colaboración hace un año… y lo vuelvo a hacer en este
para rescatar la figura de Jesús Alonso, uno de los mejores aficionados de la
primera mitad de los ochenta, aunque no tan conocido, sobre todo en Euskadi,
como algunos de los ganadores de esos años, caso de Jokin Mujika, Julián
Gorospe o Javier Murguialday, pero que ganó aquel Valenciaga de una forma casi
perfecta. “Salió todo bordado, corriendo con
cabeza, llevando la carrera como me convenía, sin correr riesgos innecesarios…
hasta que llegó el momento de arriesgar”, recuerda 35 años después
desde su casa de Cercedilla, Madrid.
Fue su primer y único
Valenciaga. “En 1983, en mi primer año en
Cajamadrid, Esteban Fernández –su director entonces- no me llevó, porque había muchos ‘gallos’ en el equipo, pero al año
siguiente me llegó mi oportunidad. Era una carrera que le hacía mucha ilusión,
y allí estuvimos Fuerte, Moreda, creo que Torres y yo. Llegaba muy bien de
forma. No te voy a decir que me viera como favorito, pero sí con expectativas
de hacer algo”. Allí estaban los mejores equipos, Orbea, Gurulesa,
Reynolds, CLAS... “No era lo que más me
preocupaban los rivales, sino que se trataba de hacer nuestra carrera, de estar
bien yo y el equipo”.
Y es que el madrileño
llegaba de completar un gran Iberduero, batido solamente por un tal Miguel
Indurain, y de ser quinto en Gorla, “donde
hubo una caída al principio que me dejó cortado y tuve que ir remontando, hasta
que nos quedamos tres en cabeza –uno de ellos Salvador Sanchis y el otro no
lo recuerdo-, pero no puede hacer más”.
Pese a que confiesa que no
es muy bueno para los nombres, Alonso recuerda todos los detalles de aquel día.
“Llegamos el día antes y dormimos en un
hotelito que había en Arrate. El día amaneció lluvioso, y aunque prefiero
correr en seco, vivo en la Sierra de Madrid y he salido muchos días a entrenar
pisando nieve. Pero sí, se trataba de no arriesgar en las primeras bajadas,
porque la lluvia fina que caía te podía jugar una mala pasada. La carrera fue
transcurriendo como nos interesaba, pasando en cabeza los puertos y luego
dejándome caer en las bajadas, lo que me llevó a ganar la montaña”.
Todo así hasta el penúltimo
puerto. “Primero atacó Anselmo y luego
yo. Cogí a Leaniz, que iba por delante y bajando empalmó Isuskiza. Por cierto,
hizo una bajada impresionante. En una curva se desequilibró, se sacó el pie del
rastral y le dio un patadón al pretil para corregir la trayectoria. Pensé que
estaba loco”.
Así, llegó a la última
subida, “creo que Areitio, un grupo de
diez o doce. Salió Obando y también Fabián García, conecté con ellos, los dejé
y me marché hasta la meta”. También recuerda el madrileño los últimos
kilómetros camino de Eibar. “Me acompañaba
un motorista de la organización, que iba dándome ánimos, ya que me conocía de
Gorla y había apostado por mí como ganador”. Y es que en aquellos tiempos
se hacían unas ‘porras’ en las que había que adivinar el vencedor del
Valenciaga y de la Roubaix, que también se disputaba ese día.
Ni que decir tiene que el
momento de la victoria y del podio fue algo excepcional. “Es uno de esos momentos que recuerdas para siempre. Por la victoria y
por lo que significaba. Cercedilla no era un pueblo de ciclistas, sino de
esquiadores. No había ni club ciclista, ni nadie que me guiara y cuando empecé,
que lo hice muy tarde, ya de juvenil, no sabía ni lo que era una chichonera.
Pero fue la reafirmación, la confirmación. Si había conseguido eso, podía
lograr muchas cosas más. Aquel día toqué el cielo”.
Y la importancia que tiene
para él aquella victoria se plasma en su propio hogar. “No tengo muchos trofeos en casa. Ni siquiera el del Valenciaga porque
quise que se quedara en casa de mis padres, pero en la chimenea tengo colgada
una foto de aquel día, del podio del Valenciaga”.
También recuerda con mucho
cariño, “el homenaje que nos rindió el
Club Ciclista Eibarrés, ya que por entonces había una cena esa misma noche en
la que invitaban al equipo del ganador y nosotros le entregábamos el maillot
con el que había ganado. Fue un momento muy emocionante, con todo el mundo
aplaudiéndonos, que nunca olvidaré”, nos dice Alonso, quien también sigue
teniendo en su retina la imagen de su director “que no cabía de felicidad, con un chubasquero blanco, de los que
usábamos del equipo, que no se lo quitó en todo el día. Era la carrera que
soñaba ganar y lo había conseguido”. Por cierto, Fernández, que se dedica
ahora a cantar como hobby, tiene un tema dedicado al Valenciaga. “Hace algún tiempo nos reunió a los
corredores de aquel Cajamadrid y nos regaló a todos un CD en el que estaba esta
canción”.
Y confirmando aquello de que
el ganador del Valenciaga pasaba a profesionales, Alonso fichó por el Zor de
Javier Mínguez para 1984, aunque el ‘tránsito’ fue muy diferente a como es
ahora. “Entonces los corredores éramos
los últimos en enterarnos. Sé que en 1983 se interesó algún equipo pequeño, y
también hubo algo con Reynolds, porque tenía buena relación con Echavarri, pero
al final seguí un año más como amateur. No era un ganador nato, pero si logré
victorias de nivel como Lérida o Maestrazgo y fui séptimo en la Vuelta a
Galicia, que era open. Y fue entonces cuando me enteré que pasaba con Zor, como
hacían la mayoría de los ciclistas que destacábamos en Cajamadrid. Fue por un
año y enseguida me renovaron por dos más –de hecho corrió la Vuelta a
España su primer año-, y en eso quizá me
precipité porque Orbea se interesó bastante, pero ya había renovado. Los dos
últimos años los pasé en CLAS, pero ya había dejado de disfrutar con la
bicicleta y lo terminé dejando. Ten en cuenta que llegué muy tarde al ciclismo,
que había visto ya muchas cosas antes de ser corredor, no como otros chavales
que solo viven la bici desde niños y sabía que había otras cosas fuera. Empecé
a trabajar en Otero y luego hice mi propia empresa y llevo más de 20 años, con
unos principios duros, pero ahora muy contento”.
Han pasado 35 años y no ha
vuelto por Eibar para vivir el Valenciaga. “Estoy
toda la semana viajando y cuando llega el fin de semana me gusta descansar en
casa. Coincidí varias veces con una persona de la organización –vuelve a
disculparse por no recordar el nombre-, que
trabajaba en el Banco Exterior, y como en Cercedilla hay una residencia, venía
algún verano y nos veíamos. Y hace unos años les mandé un reconocimiento. Ha
pasado mucho tiempo, pero sigo
teniendo muy vivo ese inolvidable recuerdo y quiero aprovechar estas líneas para mandarle un fortísimo abrazo a la
gente del Club Ciclista Eibarrés y a toda la afición de Eibar”.
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