Un tweet de la cuenta oficial del Giro de Italia recordaba hoy el 61 cumpleaños del vencedor de su edición de 1977, el belga Michel Pollentier, sin duda uno de los corredores más ‘fascinantes’ de la década de los setenta.
Gran escalador, y más que notable rodador pese a tener un estilo feísimo que le habría llevado a ganar el premio al ciclista menos elegante que hace unas semanas lanzaba el blog de Juan Seguidor de haber estado en fechas, la característica más destacada en los primeros años de carrera fue su falta de ambición, a pesar de sus buenas actuaciones tanto en ‘grandes’ –séptimo en el Tour de su deber, en 1974- como en ‘clásicas’.
Fue por ello que aceptó de buen grado su papel de ‘guardaespaldas’ de su gran amigo Freddy Maertens, una estrella al alza, al que los organizadores de la Vuelta a España le pusieron ‘a huevo’ un insultantemente llano recorrido en la edición de 1977, que terminaría llevándose gracias a las bonificaciones que logró en las ¡13 etapas! que se anotó. Michel, aparte de ayudarle a superar la escasa montaña de aquella edición, terminó sexto y se anotó una etapa contrarreloj.
Ambos se alistaron en el Giro dispuestos a hacer lo mismo, aunque la carrera italiana no se les presentara desde el inicio tan fácil como la española. Pero el abandono de Maertens en la octava etapa permitió que descollase el mejor Pollentier, que en Cortina d’Ampezzo se vistiera de rosa y que, tras un cerrado duelo con Francesco Moser y Gibi Baronchelli adornara su triunfo con la crono final.
El divorcio entre las dos estrellas belgas fue un hecho a final de campaña –incluso resintiéndose su amistad- y Pollentier se presentaba en 1978 como una de las grandes estrellas del pelotón mundial, dispuesto a ratificarlo en el Tour de Francia. Y cierto es que el belga fue uno de los grandes protagonistas de la carrera… aunque no precisamente por su deportividad.
Ganador y maillot amarillo en Alpe d’Huez a pocos días del final de París, Pollentier se presentaba al control médico con una pera llena de orina limpia escondida bajo su axila y la que transportaba por un tubito hasta su escroto. Claro que entonces no era necesario orinar delante del inspector por lo que el truco –que tuvo otros adeptos- podía valer. Pero algo falló y el engaño del belga quedó al descubierto. La expulsión de carrera fue inmediata a causa de ese dopaje artesanal que, sin embargo, se narró en bastantes menos líneas que cualquier sospecha de hoy en día.
Ni que decir que su prestigio cayó por los suelos –pese a que confesaría sus problemas de adicción posteriormente-, aunque hasta su retirada, siete años más tarde, cosechó algunos éxitos como la Ronde de Flandes en 1980 o terminar segundo en la Vuelta a España de 1982.
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