De vez en cuando suelo recibir, por correo o en las redes sociales, esta simpática imagen que nos muestra veinte (creo que hay muchas más) razones para amar el ciclismo, que son, traducidas, las siguientes:
1. Gente
encantadora.
2. Tecnología bonita.
2. Tecnología bonita.
3. Maillots
de colores llamativos.
4. La
forma en que los pedales encajan en las zapatillas actualmente.
5. Ayuda
a mantener las cafeterías las mañanas de los domingos.
6. La
euforia de bajar pendientes muy rápido.
7. Es
increíblemente bueno para tu salud (hasta donde llegan mis conocimientos
médicos).
8. Es
una forma rápida de ir desde A hasta B.
9. Es
un antídoto contra la depresión.
10. Fascinantes
estrategias en carrera (demasiado complicado de explicar).
11. El
reto de escalar montañas.
12. Puedes
ir a cualquier parte (obviamente, no a cualquier parte).
13. La
impresionante vista del pelotón pasando zumbando.
14. Ver
una carrera de cerca.
15. Es
divertido perderse.
16. Comer
un montón y quemarlo (comida, por si no queda claro).
17. No
contamina (algo de sudor, pero sin importancia).
18. La
cerveza tras la ruta.
19. Es
barato (bueno, más o menos).
20. La
sensación del viento en tu pelo (* tal vez deberías llevar casco).
Pero hay una sola
razón cada vez más poderosa para temer, incluso para “odiar” –en el caso de
familiares directamente ‘tocados’ por una desgracia-, el ciclismo. No son los
automovilistas, en general, sino una parte de ellos, en los que confluye la
falta de respeto, de civismo, de conciencia, de educación, de tolerancia con un
exceso de ignorancia, de egoísmo, de fanfarronería, de ruindad y de miseria
moral. Y últimamente, incluso de drogas y alcohol, como ha sucedido esta semana
en Asturias o Cataluña. Por no hablar de la impunidad personal y el olvido
social.
A todos se nos
ocurre que sería deseable intentar erradicar estas carencias y estos abusos
desde el lugar más lógico, desde los colegios, a base de educación vial, de
educación ciudadana, pero no he visto ni un solo gesto a nuestros políticos –de
cualquier signo, de cualquier ámbito- que vaya por este camino. O pensar en un
código penal a la finlandesa, en el que estas aberraciones fueran castigadas
con sanciones proporcionales al ‘bolsillo’ del infractor y con un componente
reparativo obligatorio: ¿qué tal atendiendo los fines de semana a personas
‘marcadas’ de por vida por un accidente? Tampoco van por ahí los tiros, a pesar de lo que se comentó hace un par de años.
Si no fuera porque
Interior los considera como “acoso, amenazas o coacciones”, un escrache
ciclista podría ser el camino para convencer. Pero en este absurdo país en el
que cualquier protesta razonada y razonable es ya una amenaza antisistema,
parece menos peligroso el riesgo mortal de las carreteras.
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ResponderEliminarComo te dije en su momento, majete, "Cada cosa a su tiempo y los nabos en Adviento"
EliminarExcelente columna! Saludos desde Panamá, Centroamérica.
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