“Planta
también una higuera –en su finca francesa- como la que había en el pequeño
patio de su casa en Priego. La higuera crece y se hará gigante, pero nunca dará
fruto”. Como Ocaña, el gran ciclista español como le ha definido hoy Pedro
Delgado, pero que nunca logró el reconocimiento en vida, ni mucho menos tras
casi veinte años muerto, en este país tan poco mitómano. O quizás al contrario,
el que no llegó a arraigar, ni en Francia ni en España, pero que nos dejó
alguna que otra cosecha excepcional, con esos magníficos frutos en los Tours de
1971 y de 1973.
Porque
Ocaña, como buen géminis, era la dualidad personificada, el aparente espíritu
de la contradicción. Español en Francia, francés en España; republicano y
lepenista; amor y desprecio por su país natal; puedo y no quiero nacionalizarme;
hijo rebelde, padre autoritario; Josianne o Marie-Jo; campesino y pintor,
albañil y ebanista; enfermo habitual, portento de la naturaleza; pesimismo
optimista; fatalista, inconformista; ciclista por dinero, campeón por la
gloria; genio en la victoria, trágico en la derrota; grandeza y resquemor;
admirado y olvidado; querido y odiado; genial corredor, más que mediocre
director. Provocador y luchador por encima de cualquier cosa. Y un carácter, un
temperamento. Ocaña contra todos. Ocaña contra el destino. Ocaña contra sí
mismo.
Conclusiones
que uno saca después de las 400 páginas de esa vida novelada o novela
biográfica que, fruto de una minuciosa investigación, periodística como no
podía ser de otro modo, nos ha regalado Carlos Arribas cubriendo ese
imperdonable olvido, esa deuda histórica que teníamos con Ocaña, gracias una
vez más a Cultura Ciclista. Porque el mérito de Arribas no es ser un buen
escritor, que por supuesto lo es, sino el haber encontrado la forma idónea,
como suele hacer en sus crónicas, para darle esa sello inconfundible a ‘Ocaña.
“Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia, sino realidad,
aunque pido perdón si alguno no se siente reconocido en sus palabras”.
Son
sólo 400 páginas y tres partes bien diferenciadas. La infancia imprescindible
para comprender su carácter; la carrera deportiva con unos interesantes saltos
hacia adelante para crear el clímax adecuado, en 1971, “cuando vi la derrota en
los ojos de Merckx”, cuando reconoció que “he perdido el Tour, pero soy más
popular que si lo hubiera ganado y nunca seré más popular”, y en 1973, momento
en que la comparación con Coppi, con Koblet, con el propio Merckx la zanjó con
un simple “Yo soy Luis Ocaña”; y su anticlímax, en 1974, la que puede ser
considerada como su última campaña como grande, como el genio de Priego. Y
finalmente, el declive, gradual pero acelerado, físico, emocional, económico, hasta
su trágica muerte, a los 48 años de edad. Casi como su padre. Y con la misma
edad del filósofo Benjamín como nos recordaba esta mañana Arribas, el autor de
esa frase: “El carácter es el destino”.
Todo
ello justifica que apenas fueran dos días de intensa y magnífica lectura. Ahora
solo me queda el deseo, la voluntad, el esfuerzo de que sean muchos los que se
enganchen con ‘Ocaña’ y con Jesús Luis Ocaña.
Yo también me he leído ya el libro, no tan rápido, pero si intensamente como dices. Apenas conocí a Perico, por edad, y Ocaña era para mi la prehistoria del ciclismo. Pero he podido descubrir a un grandísimo campeón y a un personaje muy interesante. Gracias por acercárnoslo
ResponderEliminarPara mí Ocaña fue el principio de una afición que aun hoy perdura. Con mis 59 años sigoe siendo ciclista y eso se lo debo, entre otros, a Luis Ocaña.
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