Un día como hoy, pero ya hace medio siglo, el mundo (ciclista) se despertaba estremecido por la noticia del fallecimiento de Fausto Coppi. A sus 41 años, Il Campionissimo daba sus últimas pedaladas: pocos meses antes había afrontado –con más pena que gloria, la verdad- su primera Vuelta a España y a finales de año se había embarcado en una aventura en Burkina Faso, un criterium y un safari, donde contrajo la malaria que terminaría con su vida de una forma inesperada y también un tanto absurda. No solo no tomó la quinina protectora, sino que su médico personal se obcecó en un diagnóstico equivocado, sin tener en cuenta que otro de los aventureros, Raphael Geminiani, estaba siendo tratado de esta enfermedad, que no tuvo consecuencias fatales para su vida. Mucho tiempo después se dijo que había sido envenenado.
Un debate tan inoportuno como estéril, aunque sin duda, una muerte de leyenda para una vida no menos legendaria, no sólo por sus éxitos deportivos sino por ser el gran protagonista de lo que hoy puede conocerse como ‘prensa rosa’: tras declararse agnóstico, su relación extraconyugal con la llamada ‘Dama Blanca’ le valió los odios de la Italia tradicional católica –que tenía a su acérrimo rival Gino Bartali como ídolo-, pero la rendida admiración de la otra Italia, la obrera, la que se recuperaba de las heridas del fascismo.
Igualmente inútil e improductivo es discutir sobre si Fausto fue el mejor ciclista de la historia. En este caso, lo único cierto es que su carrera coincidió con la II Guerra Mundial –lo que le llevó incluso a ser apresado en el Norte de Africa- y que esos seis años de conflicto bélico le impidieron aumentar un palmarés ya de por si impresionante: cinco Giros de Italia, dos Tours de Francia, un Campeonato del Mundo –en Lugano, con una exhibición impresionante, o 14 años como poseedor del Record de la Hora. Eso sí, Coppi ha pasado a la historia por ser el primer ciclista moderno, preocupado por la preparación, por el entrenamiento, por la posición sobre la bici y por la recuperación. Y es que verle encima de la máquina, sigue causando emoción, aunque su aspecto desgarbado le valiera el injusto sobrenombre de ‘El Alambre’: medio siglo después hemos olvidado este apodo y le recordamos por el que le hizo justicia, Il Campionissimo.
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