De vez en cuando, uno se alegra de leer en los periódicos historias de ciclismo que no tienen nada que ver con el dopaje –el anuncio del enésimo positivo, el desmentido sistemático del afectado, o las consecuencias judiciales de la interacción, llamémoslo así, de distintas legislaciones opuestas y con distintos intereses-; con las peleas entre los grandes divos –da lo mismo si son reales o artificiales, pequeños roces o envidias insalvables-; o en la triste falta de acuerdo permanente entre distintos estamentos –a nivel nacional o internacional- que poco a poco está matando este deporte.
En España, afortunada o desgraciadamente parecen haber pasado ya los tiempos de la posguerra en los que la mejor forma de salir de la pobreza y labrarse un futuro de riqueza era dedicarse al toreo o a deportes de sacrificio como el ciclismo o el boxeo. Hoy el deporte tiene otras connotaciones sociales, aunque no estaría de más que iniciativas como las de Bahati se extendieran en zonas o entre colectivos marginales, o no integrados, en nuestro país. Que los hay en abundancia y los va a haber cada vez más con la crisis en la que estamos.
Pero aún me da más envidia que este tipo de acciones puedan canalizarse y llevarse a buen puerto a través de una fundación, una figura jurídica y social fundamental en Estados Unidos pero absolutamente marginal en España –salvo para grandes proyectos- por falta de una legislación que beneficie tanto a los promotores como a colaboradores.
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