“Solo un error en las comunicaciones impidió al Sanse-Spiuk adjudicarse la general de la Vuelta a Navarra, que finalmente recayó en beneficio del equipo de la tierra (Caja Rural) –se refiere a Víctor de la Parte- relegando a la segunda posición al líder hasta hoy, Daniel Plaza. El error se produjo cuando se formó una escapada de 11 corredores en la que iba uno de los favoritos de la clasificación general, sin informar al resto de equipos, que este corredor formaba parte de esta peligrosa fuga. Esta falta de información provoco que el gran trabajo realizado por el equipo del líder (Sanse-Spiuk) que llevaba la carrera controlada, no pudiera reaccionar, ya que una vez que informaron del dorsal del vencedor final no contaban con suficiente tiempo de reacción para disminuir diferencias, perdiendo la vuelta por tan solo 3 segundos”.
Esta es la nota de prensa que ayer remitía el equipo madrileño en relación al desenlace de la ronda navarra, aunque otros medios consultados, como el Diario de Navarra, recalcaba el “recital de esfuerzo y trabajo, y se llevó con justicia la victoria en la Vuelta a Navarra más emocionante de los últimos años”, a la vez que argumentaba que los ciclistas del Sanse Spiuk, podían haber perdido la ronda por un “exceso de confianza”.
No quiero entrar la veracidad de la situación, sino la verosimilitud. Y desgraciadamente, la supresión de los ‘pinganillos’ desde el pasado 1 de enero en las categorías inferiores –que se extenderá progresivamente al ciclismo profesional en las dos próximas campañas- puede provocar situaciones como ésta en la que ‘radio tour’ puede ser acusada –con razón o sin ella- de un cambio en el desenlace de una carrera.
Han sido muchas las voces críticas en los últimos años en el sentido de que las comunicaciones del director hacia los corredores coartaban la libertad de acción de éstos e iban contra el espectáculo deportivo. Posiblemente. Pero ello no quiere decir que, suprimiendo el ‘pinganillo’, los directores no puedan dar órdenes a sus ciclistas: las darán, pero tardarán más tiempo y podrán provocar situaciones de tensión, e incluso de peligro, cuando necesiten imperiosamente adelantar para alcanzar a su corredor, cuando antes podían transmitirlas inmediatamente. Y se corta absolutamente la posibilidad de que los ciclistas se enteren de otras situaciones de carrera que ya no afectan a lo deportivo, sino a su propia seguridad.
Las comunicaciones en sentido contrario –es decir, las llamadas del corredor al director- obligarán a un mayor esfuerzo para que la organización establezca un servicio de ‘radio tour’ más amplio: ahora mismo suele bastar con una o dos motos y el locutor que va con el presidente, ya q ue los ciclistas avisan a sus directores no sólo en caso de averías, sino de movimientos o simplemente gestos en el pelotón; quizá en el futuro haya que disponer alguna forma para que cada grupo en carrera tenga un ‘portavoz’ ante cualquier necesidad. Y ello supondrá encarecer aún más la organización. Y no están los tiempos para más gastos.
Hay incluso quien plantea que sean los ciclistas los que reciban directamente ‘radio tour’. Pero bastante esfuerzo tienen que hacer rondando cuatro, cinco o seis horas para que tengan que estar oyendo continuamente informaciones retronando en sus oídos que, en un 95% de los casos, ni les van ni les vienen. Y no se resuelve el problema de sus avisos.
Por lo tanto, estamos en vísperas –si no metidos ya profundamente- de un interesante debate con posiblemente tantos defensores como detractores, en el que habrá que andar con pies de plomo ya que ninguna de las soluciones es idónea y en estos casos, se da paso a una polarización y una radicalización que tampoco son necesarias en nuestro deporte.
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