Aprovechando la noticia de que el patrón del BMC ha financiado una película –mitad documental, mitad con actores- sobre Hugo Koblet, uno de los grandes suizos de todos los tiempos, quiero rendir mi particular homenaje tanto a él como al otro gran corredor helvético de la década de los 50, Ferdinand Kubler. Dos ciclistas totalmente diferentes en su estética, en su filosofía, en su vida, pero íntimamente ligados en su carrera profesional e incluso en sus características, como ciclistas polivalentes, completos, capaces de ganar tanto subiendo como contrarreloj: en 1950 Koblet se convirtió en el primer suizo en ganar el Giro y Kubler, en el primero en anotarse el Tour. Un año más tarde, Hugo se llevaba la carrera gala y Ferdinand, el Mundial. Y a pesar de su rivalidad, no hubo enemistad entre ellos, quizá por el carácter abierto y simpático de ambos.
Koblet era un verdadero adonis… y lo sabía. De ahí su costumbre de peinarse y de acicalarse antes de una ceremonia protocolaria –siempre llevaba una esponja, un peine y un espejo en el maillot, dicen-, pero también incluso en carrera para ‘desconcertar’ a sus rivales. Sin embargo, su sobrenombre de ‘Pedaleur de Charme’ –el ciclista encantador, precisamente el nombre de la película a la que me refería al inicio de este post- no se debía a su físico, sino a su pedaleo suave, a eso que hoy llamamos “estilo” o “clase”. Un apodo que le puso un famoso cantautor francés, cuando ciclismo y vida estaban más unidos que ahora. También podría haberse debido a su carácter extrovertido y galante. Vamos, un conquistador nato.
Hugo, que procedía de un hogar bastante humilde –hijo de un panadero, lo que le valió el menos conocido apodo de ‘Panadero de Zurich’ y bastante oposición para dedicarse al ciclismo-, tuvo unos años bastante buenos en ruta y luego explotó su fama en los velódromos, donde se hizo con una verdadera fortuna, cada vez más alejado de la carretera donde la suerte le fue decididamente esquiva. Fue el comienzo del fin: aventuras sentimentales, dilapidación, decepciones, retirada, pobreza… hasta que en 1964 falleció al estrellarse el coche en el que viajaba en una recta. Algo incomprensible, que sugiere la idea del suicidio, pero nunca lo sabremos: llegó con un soplo de vida al hospital donde un doctor, llamado paradójicamente Kubler, no pudo evitar su muerte, cuando apenas contaba 39 años.
Por el contrario Kubler era feo de narices –su apéndice nasal no tenía nada que envidiar al de Coppi-, con rasgos duros, muy marcados, y una nula preocupación por su estética, al menos en carrera: dicen que en los momentos de sus ataques echaba espuma por la boca, algo que puede sugerir muchas causas y sobre lo que no voy a entrar, aunque a sus 91 años es el ganador vivo del Tour de mayor edad. Pero este rostro poco agraciado ha sido la imagen publicitaria más habitual en Suiza en la segunda mitad del siglo XX, ya que numerosas empresas han recurrido a su fama como reclamo de sus productos.
Al igual que su paisano y rival, desconcertaba a sus rivales en carrera, pero de forma muy diferente: no era infrecuente que se pusiera a gritar frases inconexas en su dialecto natal para motivarse o incluso relinchos salvajes, lo que le valió los apodos de ‘Cowboy’ o ‘Pura sangre’, aunque sus paisanos preferían llamarle El ‘Aguila de Adiswill’. Su temperamento en carrera estaba en consonancia con su locuacidad fuera de ella: en resumen, un verdadero ‘chollo’ para los medios de comunicación actuales si hubiera nacido en esta época.
Este año el Tour no hace escala en Suiza, por lo que cualquier momento es bueno para recordar a estos dos personajes, grandes en una época de grandes ciclistas como Coppi, Bartali, Magni, Bobet, Geminiani, Ockers o Van Steenbergen.
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