Aunque eclipsado por la magnífica eclosión de Juanjo Cobo en la Vuelta a España –ya era hora de que aflorara su gran clase con una cierta continuidad-, no quiero dejar pasar la oportunidad de dedicar unas líneas a un navarro que, ayer en Champéry, se proclamaba por octava vez campeón del mundo, algo que está al alcance de muy pocos mortales. Y de muchos menos españoles.
Estoy hablando de Benito Ros, y de su flamante título: desde 2003 hasta el presente se ha impuesto en todos los Mundiales de ‘ruedas pequeñas’ –una de las dos especialidades del trial y, desde luego, la más española-, con la única excepción del de 2006, en Rotorua, en las antípodas neozelandesas, donde se iba con el bronce a pesar de competir en unas condiciones físicas muy lamentables que le llevarían al quirófano, para resurgir al año siguiente con más fuerza que nunca. Cinco veces ganador de la Copa del Mundo UCI y diez títulos de campeón de España adornan el palmarés de un hombre cuyo único ‘fallo’ para no ser una leyenda deportiva es simplemente la consideración que, para muchos, tiene el trial –trialsín aún le llaman- como disciplina menor, a pesar de que la competencia es cada día más fuerte y la difusión, más internacional. Pero nunca saldrá en los telediarios completando esa cantinela de ‘Otro día histórico para el deporte español’.
Curiosamente la primera impresión que me llevé de Ros no fue muy agradable. Apenas le conocía en 2003, cuando volamos hacia el Mundial de Lugano… y nos tocó como compañeros de asiento. Durante las dos horas de viaje, el navarro cayó en un profundo sueño pero lejos de estabilizarse, caía una y otra vez dando cabezadas sobre mí. ¡Vaya viajecito! Pero cualquier resquemor desapareció una vez que le vi superar obstáculos imposibles en competición. Era la primera vez que yo acudía a un Mundial de Trial y quedé enganchado; también fue para él algo especial, al obtener el ‘arco iris’.
Tampoco quiero olvidarme de su valentía al ser el primer piloto de alto nivel que renunció a competir en la disciplina paralela del biketrial y dedicarse en exclusiva al trial UCI. Una decisión difícil, incomprensible para muchos que compatibilizan las dos disciplinas, pero valiente. Y acertada.
En fin, a sus 30 años, está en su plenitud profesional y no podemos descartar –ni mucho menos- que sume algún título universal más. Pero no depende de él, sino de sus rivales y en especial de un joven aragonés llamado Abel Mustieles que sus dos primeros Mundiales en la máxima categoría los ha saldado con sendas platas detrás del octocampeón.
Enhorabuena y gracias.
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