Solamente leyendo el AS esta mañana caía en la cuenta de
que este va a ser el trigésimo Tour de Francia para Eusebio Unzue, que empezó al
frente de esa estructura que comenzó modestamente como Reynolds –como segundo
de ese referente que fue y siempre será José Miguel Echávarri- y ha llegado hasta
el potente Movistar, con el que aspira a todo en la presente edición.
Pero no quiero analizar esas tres décadas de éxitos, sino
referirme a la importancia que tuvo en su momento –y que no pudimos apreciar en
su justo valor hasta algún tiempo después- la decisión de Echavarri de tomar la
salida en la ‘grande bouclé’. Algo que entonces era bastante más sencillo que
ahora, ya que no existían ni ProTours ni tanta demanda: de hecho solo salieron
14 escuadras. Es más, de los cinco conjuntos nacionales existentes por aquel
entonces, sólo la escuadra navarra se interesó por participar.
Habría que remontarse a comienzos de la década de los
setenta cuando España era protagonista en la ronda gala, principalmente con
Luis Ocaña, el mejor ciclista español de la historia hasta la llegada de Miguel
Indurain –y en algunos aspectos, sinceramente pienso que superior al de
Villava-, al que solo la mala suerte y Eddy Merckx le impidieron alcanzar un
palmarés de superestrella. Junto al de Priego, los José Manuel Fuente, Pedro
Torres, Vicente López Carril, Gonzalo Aja, Miguel Mari Lasa, Txomin Perurena o
Paco Galdos, que poco a poco fueron desapareciendo sin que surgieran nuevas
figuras –la llamada generación perdida de los Enrique Martínez Heredia, José
Luis Viejo Julián Andiano o José Nazábal- que tomase la alternativa en el Tour.
En 1977, Galdos rozó el podio, y un año más tarde, en el
debut de Bernard Hinault, acababa séptimo. Pero era una gota de agua en el
desierto. El mítico Kas no era ni la sombra de lo que fue y cambió en 1979 su
filiación y su estructura a Bélgica, donde se extinguió con más pena que gloria.
Teka era un equipo errático –mezcla de veteranos en decadencia y jóvenes como
Alberto Fernández o los hermanos Lejarreta que no terminaron de explotar en la
medida de lo que debieron- y Kelme –a pesar de contar con realidades como Belda
o Juan Fernández- pasó muchísimas penalidades en la ronda gala en aquel cuatrienio
que fueron desde 1979 hasta 1982. Años en los que no se ganó ni una sola etapa
y en la que ninguno de los nuestros entró ¡entre los quince mejores! hasta que
llegó ese décimo puesto de ‘Galletuca’ el año anterior.
¡Pero donde os metéis!, cuenta hoy Unzué que les dijeron en
aquel 1983. Teka y Kelme, hartos de varapalos, ni se plantearon acudir; Zor,
con los Fernández, Rupérez o Pedro Muñoz, tampoco, aunque en su descargo
podríamos decir que se exhibió en el Giro de Italia. Y Marino Lejarreta
comenzaba su dorado exilio transalpino sin querer saber nada de Francia hasta
algunos años después. Pues bien, en aquel Tour del cambio, el de la agónica defensa
del amarillo de Pascal Simon –cinco días con fractura de clavícula hasta que dijo
adiós- y de la aparición del entonces aún poco soberbio Laurent Fignon, Ángel
Arroyo y Perico Delgado –tanto monta, monta tanto- nos hicieron soñar con la
gloria. Y aunque el segoviano se dejó la general en aquella histórica pájara
camino de Morzine, el abulense subió hasta la segunda plaza del podio en una
histórica contrarreloj en Dijon… que seguí, por televisión, entre alucinado y exhultante,
en un bar de Talavera.
Es necesaria la perspectiva de aquellos años para que podemos
comprender la importancia que tuvo para el ciclismo español aquella decisión,
que luego imitarían todos y cada uno de los conjuntos nacionales –incluyendo
Kelme, Teka y Zor, por supuesto- para darnos treinta años de protagonismo en el
Tour de Francia.
Y por supuesto decir, ¡gracias por meteros donde os
metisteis!
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