Hace algunos días
escribí un tweet en el que me preguntaba por esa ‘Wiggofobia’ que sacude a
buena parte de los seguidores del Tour. Como ciclista me parece un profesional,
un corredor –encuadrado en un proyecto, ojo, que no se olvide este dato- que se
marcó un objetivo a medio plazo y que está dando los pasos necesarios para
culminar en el Tour 2012 esa transformación que ya había demostrado en
París-Niza, Romandía y Dauphiné. Salvando las distancias, una metamorfosis tan
trabajada y a la vez tan espectacular como la de Miguel Indurain años atrás,
aunque el navarro fuera muy superior en cualquier aspecto.
Y como persona, un tipo que da para escribir muchas líneas, el sueño de cualquier periodista, aunque en este caso no hay el menor paralelismo entre la tranquilidad del español y la explosividad del británico. @cronoramia lo contó mucho mejor que yo.
Pues bien, el camino de Wiggins hacia el maillot amarillo en París está jalonado de un montón de dudas, de zancadillas, algunas realmente incomprensibles, desde antes de que comenzase la presente edición. Y que no proceden precisamente del pelotón. Son muchos los que realmente desearían que el líder del Sky no llegara de amarillo a París, aunque ello supusiera el triunfo de un Froome mucho más joven, pero cuya espectacularidad en montaña y, sobre todo, su rendimiento en el crono posiblemente pudiera plantear a los mal pensados tantas incógnitas o más que las de su jefe de filas.
Wiggo –y su alter ego
en Dave Brailsford, no nos olvidemos nunca de él, insisto- se presentaba en la
línea de salida de Lieja con un equipo orientado cien por cien a su objetivo de
ganar en París. Sus ocho coequipiers lo sabían perfectamente. Pues bien, en
aquellos días se señalaba la difícil convivencia entre Wiggins y Cavendish como
un factor de inestabilidad, y más acentuada cuando el campeón del mundo perdió
sus opciones por una caída en Rouan y nadie del equipo no estuvo allí para
esperarle, como tuiteó la ‘buena’ de Peta, que podría haber sacado a colación
el sensacional trabajo de la selección británica -90% Sky- el año pasado en el
Mundial de Copenhague, cuando el objetivo era otro. Y que se cumplió.
‘Cav’ pasó pronto a
un segundo plano, y quizá en La Planche des Belles Filles, el ya maillot
amarillo del Tour vivió su único momento de relativa tranquilidad en este Tour,
a pesar de que la victoria allí fue para su compañero –y ya comenzado a ser encaramado
a la categoría de rival- Chris Froome. Por cierto, el keniano de origen llevaba
cedidos entonces 1-32.
Pero poco duró la tranquilidad, ya que en Porrentuy
vivimos la primera explosión del jefe de filas del Sky al llamar ‘pajilleros
mentales’ a los que comenzaban a comparar a su equipo con el US Postal de
Armstrong, amenazando con no volver a comparecer en una rueda de prensa si se
volvía a sacar a colación el tema. En las redes sociales fue igual de duro,
llamándolos “putos vagos”, recordando que “la clave ha sido perder peso. En los Juegos de Pekín pesaba 82 y kilos y
ahora 71. Eso se hace con entrenamiento y trabajo. Y también dejando la bebida.
Antes yo era casi un alcohólico". Demasiado sincero.
La mecha estaba
prendida. La crono de Besançon no fue la consolidación del liderato, pese a su
triunfo, sino la reivindicación de un Froome que ‘sólo’ perdía 35 segundos. Se
recordó lo ocurrido el año pasado en la crono de la Vuelta a España en
Salamanca, cuando el gregario pidió –y cogió- los galones de líder del Sky ante
la debilidad del primer jefe de filas. Muchos olvidan que el estado de Wiggo
entonces no era el de este Tour, y que si Froome no ganó aquella edición fue
porque Cobo le echó un par de narices en el Angliru y en los días posteriores,
no porque fuera demasiado tarde. Pero este no es el tema.
La mirada perdonando la vida que lanzó a Vicenzo Nibali en la llegada a Bellegarde –que no quiero justificar bajo ningún concepto- fue otra vuelta de tuerca más, aunque nada comparada con la situación vivida en la ascensión a La Toussuire. Nadie profundizó en el mal momento que tuvo el keniano en la ascensión, pero todo el mundo interpretó como un síntoma absoluto de debilidad que Wiggins no pudiera seguir la rueda de su compañero cuando se fue por delante, olvidando que es un corredor que está más pendiente del potenciómetro que de la carretera. "No creo que Froome ataque a Wiggins, pero si lo hiciera pienso que ganaría el Tour", aseguraba Bernard Hinault, quizá de una forma interesada para intentar salvar el espectáculo de una edición finiquitada mucho antes de terminar. 2-05, recordemos, era la diferencia entre ambos.
Y a la espera si
llega a producirse esa batalla en los Pirineos entre los dos compañeros de
equipo –ya pasó, por ejemplo, en el Tour de 1986 entre Lemond y el propio
Hinault, con victoria para el jefe de filas señalado, que nadie se olvide-, dos
puntos más en esta maniobra de acoso y derribo. Ayer, con la actuación del
maillot amarillo tirando del pelotón para intentar posibilitar la victoria de
uno de sus mejores lugartenientes, el noruego Boasson-Hagen, que algunos
señalaron como un exceso de ambición que terminará pagando. Quizás, pero el
gesto por su compañero es de chapeau.
Y hoy, criticado por
parar a esperar a Evans… cuando al parecer se llegó a un pacto de no agresión
en un puerto absurdamente sembrado de clavos. Se ve que no había mucho más de lo
que hablar hoy.
En fin, por mucho que
se diga que Froome es el más fuerte, por mucho que no guste el carácter del
británico de Gante y por muchas dudas –que no sospechas y mucho menos pruebas-
que puedan existir contra el Sky, debemos recordar que el ciclismo también es
un deporte de equipos, que el suyo es el más fuerte y tiene las cosas bien
claras, y que Wiggins es un digno líder del Tour de Francia, que se estará
preguntando “¿qué he hecho yo para merecer esto?”
Lo que dices Luis es cierto. Wiggo no se gana el cariño del público por... hacer bien su trabajo. Yo creo que lo que está pasando es la consecuencia del trabajo bien hecho, algo que este inglés suele hacer siempre. No obstante sus modales no siempre parecen los adecuados a tan noble fin.
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