Dentro
de exactamente cien días se estará disputando –bien entrada la tarde española,
por aquello de la diferencia horaria- la prueba élite del Campeonato del Mundo
de ciclocross, en la localidad norteamericana de Louisville, la que definen
como la más norteña de las ciudades del Sur de los Estados Unidos, o la más
sureña de las del Norte. Será la primera vez que un Mundial de esta disciplina
salga de Europa en sus sesenta años de existencia.
Y
la comparación de la capital del estado de Kentucky con la catedral de
Koksijde, el escenario del anterior Campeonato, puede parecer realmente odiosa.
En las dunas de la localidad belga se congregaron 68.500 espectadores que
pasaron por taquilla –de los que casi 45.000 llegaron en transporte público,
más otro número indeterminado en 250 autobuses y 230 caravanas-, más otros
4.500 VIPS, entre ellos el propio monarca Alberto II y el primer ministro
belga, así como 300 periodistas internacionales. En Louisville darían como
excelente una asistencia entre 5.000 y 10.000 espectadores que pagarán 25
dólares por la entrada diaria (40 por el pase de dos días), mientras que el
número de informadores será mucho más reducido.
Sin
embargo, este Mundial no es sólo una excelente oportunidad para el ciclocross
norteamericano y para la propia capital de Kentucky, sino que desde el punto de
vista de la promoción internacional de la disciplina esta cita es casi más
necesario que el del año pasado, y que me perdonen los puristas. El ciclocross
es la disciplina ciclista que menos se ha extendido en los últimos años. Es
cierto que en Bélgica es y será siempre una religión, pero en otros países en
los que antaño el nivel era muy cercano al de los flamencos –Francia, Suiza,
Italia…- la brecha se está abriendo peligrosamente. Incluso los Países Bajos y
Chequia han perdido sus opciones de tratar de igual a igual a los absolutos
dominadores tras el paso definitivo a la carretera de Lars Boom y Zdenek
Stybar… y a la espera de la eclosión de Lars Van der Haar.
En los últimos años, las únicas caras nuevas que hemos
visto en un Mundial de ciclocross masculino han sido, o bien anecdóticas
–zimbabueses o japoneses- … o norteamericanas, sobre todo con Jonathan Page o
Katie Compton, ambos subcampeones del mundo, sin olvidarnos de Matthew Kelly,
arco iris junior en 1999. Es decir, que de comparsas nada.
De ahí la ilusión con la que Louisville y el ciclocross norteamericano – con Jeremy Powers y la propia Compton, a la cabeza- esté acogiendo este Mundial y que esperemos no se haya enfriado con el jarro de agua fría recibido con Lance Armstrong. Por que, para bien o para mal, el éxito de Loiusvulle será una garantía de futuro para el ciclocross.
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