De forma inesperada –ya que no me había dicho nada de su
cruel enfermedad la última vez que hablé con él hace unos meses- he recibido a
media mañana un mensaje anunciándome el fallecimiento de Román Herranz, ‘alma
mater’ de la Clásica a los Puertos de Guadarrama, posiblemente la prueba más
importante del ciclismo profesional madrileño hasta su desaparición en 2008.
Junto con el Trofeo Pedro Herrero, la Vuelta a los Puertos
ha sido la carrera que más vinculada –en tiempo y en distintas facetas
emocionales- ha estado a mi vida laboral. Primero como periodista, siguiéndola
durante muchos años en esas fechas veraniegas que le daban un aire especial;
posteriormente, a finales de los noventa, cuando tuvo que promocionar de forma
obligada a la categoría internacional, como parte integrante de la
organización, tanto a nivel de elaboración de reglamentos, y del contacto con
los comisarios, como en la propia celebración de la prueba, ejerciendo de radio
vuelta. Muchos años trabajando mano a mano con Román, un enamorado del ciclismo
que, sin embargo, no disfrutaba de él como el resto: prefería quedarse en
Guadarrama por si surgía algún imprevisto a seguir en uno de los coches de
dirección ‘su’ Clásica. Y al llegar a la meta el ganador –ciclistas como
Gastón, Juan Fernández, Cubino, Delgado, Indurain o Escartín, en mis años de
mirón, o ‘Perdi’, Mancebo, Jufré, Plaza, Guerra o Leipheimmer, en la de
‘currela’-, le llegaba la tranquilidad… aunque siempre decía que sería la
última vez. Eso sí, cuando llegaba mayo, ya estaba nervioso planificando una
nueva edición.
La Clásica a los Puertos fue su vida y su obra, aunque
siempre estuviera dispuesto a echarte una mano o a tomarse un café contigo
desde su tienda de Electrodomésticos en la calle de La Iglesia. Una carrera de
pueblo, en el mejor sentido de la palabra, ya que en esos días de mediados de agosto
Guadarrama era una auténtica fiesta. Su promoción internacional fue el comienzo
de su declive porque, paradójicamente, costaba muchísimo traer equipos de fuera
para un solo día de competición. Y si encima coincidía con Vuelta a Portugal,
adiós. La cercanía de la Vuelta a España también restringió la presencia de las
grandes figuras en los últimos años. Y al final, entre todo eso, el cansancio
de Román, las normativas cada vez más exigentes, el desinterés de una localidad
que antes se volcaba, la ausencia de nuevos patrocinadores y el envejecimiento
de una organización en la que se echaba en falta ‘savia nueva’ llevaron a la
desaparición de una prueba de pueblo, pero con una imagen de marca que bien
querrían otras carreras mayores: Apenas 150 kilómetros, pero de pura montaña,
con dos vueltas al circuito de La Serranilla, el paso por El León, Segovia y
Navacerrada, y dos vueltas más antes de llegar a meta, poco antes de la hora
del vermú. Ciclismo y fiesta.
En 2008 comprendió que el ciclo se había cerrado. Ya
definitivamente. Y hablaba del pasado con añoranza, pero sin pena. Resignado,
pero a la vez contento de su pequeña gran aportación en esos treinta años de
ciclismo. Aun así, echamos de menos la carrera, lo mismo que te echaremos de
menos a ti.
Pequeña y bella historia de ciclismo. Qué pena que la sociedad actual deje tan poco espacio para el altruismo. QEPD.
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