Fallecido el pasado jueves, a la edad de 97 años, los
medios destacaron que Ferdinand Kubler era, hasta ese día lógicamente, el
ganador vivo de mayor edad del Tour de Francia. Sin embargo, fue mucho más: no
le conocí corriendo, pero sí he podido saber bastante de este peculiar
deportista, que vivió en la Edad de Oro del ciclismo midiéndose a rivales como
Gino Bartali, Fausto Coppi, Fiorenzo Magni, Louison Bobet, Stan Ockers y sobre
todo Hugo Koblet, al que se vinculó fácilmente demasiadas veces por su inicial
y nacionalidad.
Pero fue mucho más, y en este primer Uluru de este 2017
quiero rendir mi particular homenaje al ‘hombre caballo’, en ocho pequeñas
historias de un gran campeón al que muchos consideraban de la Vieja Escuela,
pero que, por su popularidad fuera de las carreteras, simbolizó el nexo con un
ciclismo moderno.
¿Águila o Caballo? Fue conocido como el ‘Águila de
Adliswil’, su población de residencia, demostrándose que en aquella época no
eran demasiado originales a la hora de poner apelativos a los corredores, que
todavía no estaban especializados y eran capaces de brillar en todos los
terrenos. Pero el animal que verdaderamente había en Kubler era el caballo. Un
pura sangre indómito, como su comportamiento en carrera, con un espíritu
ofensivo que no siempre le dio los resultados esperados. Además, el caballo era
el animal preferido de Ferdi o Ferdy y algunas veces imitaba su relinchar antes
de lanzar su ofensiva, para desesperación y crispación de sus rivales, algunos
tan serenos como Louison Bobet, que le llamaban simplemente ‘El loco’.
Primer suizo en
ganar el Tour.
Como a toda su generación, la II Guerra Mundial recortó su carrera y no fue
hasta los Tours de 1947 y 1948 donde dio a conocer su temperamento, y aunque
ganó tres etapas, no pudo terminar, por el desgaste de fuerzas. En 1950 fue muy
distinto: más maduro, pero igualmente ofensivo, dominó en todos los terrenos y
ni siquiera el abandono masivo de los italianos puede ser un pero a su
victoria. Fue el primer suizo en ganar la carrera gala y gracias a ello comenzó
su gran fama, pero no pudo repetir su triunfo en una grande. Al Tour no volvió
hasta 1954 y, pese a su declive, fue segundo y ganó el maillot verde. Y en
1955…
La historia del
Ventoux. Su
última etapa en la ronda gala tenía como protagonista el Mont Ventoux, que se
subía como último puerto antes de descender a Aviñón, en un día de calor
abrasador. Kübler quiso ser protagonista, con ataque a bastantes kilómetros de
la cima. Geminiani le advirtió, “el Ventoux no es un puerto como los demás”, a
lo que el suizo respondió: “Tampoco Ferdi es un ciclista como los demás”. Pero
Kubler terminaría con una pájara de cuidado, llegando a media hora y
abandonando al día siguiente. Nunca quiso hablar mucho de aquella jornada, pero
hay quien manifestó que se paró en un bar a tomar una cerveza -no era algo
extraño en aquellos días-, que reemprendió la marcha en sentido contrario antes
de ser reorientado y que iba repitiendo “Ferdi va a explotar”. Lo que sí está
comprobado es que al día siguiente declararía: “Ferdi ha muerto en el Ventoux”.
Pirata
y caballero. Mientras que su paisano Koblet era ‘le Pedaleur
de Charme’, el símbolo de la elegancia, Kubler era el temperamento, el
instinto, el coraje, el todo o la nada. Kubler era un pirata y Koblet un
caballero, como escribió acertadamente Jose Alain Frelon, en Le Monde. Pero
además, nuestro héroe, durante los momentos de máximo esfuerzo hasta echaba
espuma por la boca, por lo que -leyendas del Ventoux aparte- muchos aseguraban
que iba ‘cargado’, algo que su longevidad puede haber desmentido. ¿O no?
Tampoco importa ya demasiado.
En tercera persona. Sin embargo, el hecho de ser
coetáneos y muchas veces rivales en la carretera, de tener caracteres tan
diferentes y vidas totalmente opuestas, la relación de las dos K fue bastante
cordial, de amistad incluso, y la rivalidad al estilo Bartali-Coppi o
Loroño-Bahamontes no tuvo parangón en Suiza. Eso sí, para los periodistas
Kubler fue un filón, a diferencia del reservado y comedido Koblet. Sus
explicaciones grandilocuentes estaban marcadas por un sello característico:
hablar siempre de si mismo en tercera persona. Cuarenta años después, otro gran
campeón, navarro por más señas, también fue conocido por otro cambio gramatical
característico, el plural mayestático.
Nasone. La segunda gran victoria de
Kubler fue el Mundial de 1951, celebrado en Varese, en el mismo frustrado
escenario que iba a acoger el de 1939, suspendido por la inminencia de la
Segunda Guerra Mundial. Por ello los transalpinos salieron a por todas y
estaban especialmente motivados. Pero Kubler -que había sido bronce y plata los
dos años anteriores- hizo una carrera muy inteligente, demostrando una vez más
que, baladronadas aparte, su cabeza regía perfectamente cuando lo necesitaba, y
a la hora de la verdad pudo superar al sprint a la gran baza local, Fiorenzo
Magni, a priori mucho más rápido y descansado. Las crónicas de aquella época
hablan de un millón de espectadores en el circuito, así como de otro de los
epítetos por el que se conocía al suizo, Nasone o Narizotas… algo que no se
atrevían con su idolatrado Coppi.
Tres veces mejor
ciclista del mundo.
En el Giro de Italia no pasó del tercer puesto (1951 y 1952). En cambio, ganó
dos veces el Giro de Romandía y el Tour de Suiza (ambas veces en 1948 y 1951),
que ya había ganado en su versión reducida del periodo bélico (1942), su
primera victoria de importancia, sólo dos años después de su paso al
profesionalismo. Pero Kubler no fue solamente un corredor de pruebas por
etapas. Al contrario, ya que en las clásicas logró importantes triunfos, aparte
de sus tres medallas mundialistas. Por ejemplo, la Burdeos-París, de 1953, en
la que se impuso a todos los especialistas de este maratón. Y, sobre todo, su
histórico doble doblete (en 1951 y 1952) en la Flecha Valona y Lieja-Bastoña-Lieja,
cuando se disputaban seguidas en el mismo fin de semana. Además, fue cinco
veces campeón nacional (1948-49-50-51-54). Su constancia y su regularidad le
valieron ser reconocido oficiosamente en tres ocasiones como el mejor ciclista
del año, con la Challenge Desgrange-Colombo (1950-52-54).
Ferdi National. Sin embargo, el apodo con el que probablemente se sintiera más identificado fue el de ‘Ferdi National’, algo que le ratificaba como un héroe nacional para sus compatriotas. Desde su retirada en 1957, fue el icono publicitario más común en Suiza, y en 1983 fue elegido como el deportista más importante de la historia en la Confederación Helvética. Ya con 14 años le dijo a su padre que quería ser ciclista profesional para salir de la pobreza, que como otros muchos se curtió como repartidor, en este caso de pan, y que muchos años después reconocía que “fui campeón porque fui pobre”, aunque también bastante tacaño: “Ferdi va en tercera porque no hay cuarta”, dijo una vez sobre sus viajes en tren. Hasta su reciente muerte fue todo un símbolo aunque, desgraciadamente, no he podido encontrar ningún libro o película dedicado a su figura, aunque sé que Hanspeter Born escribió algo sobre él, a diferencia de su paisano Koblet, cuyo trágico final convirtiera su vida en más cinematográfica que la del propio Ferdy, que como dijo su viuda "murió pacíficamente con una sonrisa en la cara. Se quedó simplemente dormido".
Ferdi National. Sin embargo, el apodo con el que probablemente se sintiera más identificado fue el de ‘Ferdi National’, algo que le ratificaba como un héroe nacional para sus compatriotas. Desde su retirada en 1957, fue el icono publicitario más común en Suiza, y en 1983 fue elegido como el deportista más importante de la historia en la Confederación Helvética. Ya con 14 años le dijo a su padre que quería ser ciclista profesional para salir de la pobreza, que como otros muchos se curtió como repartidor, en este caso de pan, y que muchos años después reconocía que “fui campeón porque fui pobre”, aunque también bastante tacaño: “Ferdi va en tercera porque no hay cuarta”, dijo una vez sobre sus viajes en tren. Hasta su reciente muerte fue todo un símbolo aunque, desgraciadamente, no he podido encontrar ningún libro o película dedicado a su figura, aunque sé que Hanspeter Born escribió algo sobre él, a diferencia de su paisano Koblet, cuyo trágico final convirtiera su vida en más cinematográfica que la del propio Ferdy, que como dijo su viuda "murió pacíficamente con una sonrisa en la cara. Se quedó simplemente dormido".
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