Terminado ayer el Campeonato del Mundo con esa medalla de bronce de ‘Purito’ y después de muchas horas en la sala de prensa, oí posiblemente el comentario más atinado de toda la larga tarde: “El año pasado criticamos a la selección por el egoísmo de los corredores y este año lo hacemos justo por lo contrario”.
Sin entrar a valorar si el resultado es bueno o no, ni mucho menos compararlo con las expectativas creadas o con el balance obtenido por otros candidatos en la mente de todos –la Italia de Cunego al completo, el suizo Cancellara…-, lo que me viene a la cabeza es la fábula del padre el hijo y el burro, uno de mis relatos favoritos y una fuente de reflexión para casos como éste.
Entre las distintas versiones de la historia, según el orden de los protagonistas, me quedo con ésta:
Un padre y su hijo salen por la mañana acompañados de su burro, para ir a la huerta. Como siempre, el zagal va montando y el padre, caminando a su lado. Un aldeano al verles comenta:
- ¡Que poca consideración! El joven, tan fuerte y robusto, montado en el burro, y el padre, ya anciano, haciendo el camino a pie.
Padre e hijo se miran y éste le dice:
- Padre, móntese usted, que yo iré andando
Un segundo viajero, al cruzarse con ellos, les espeta indignado:
- ¡Que egoísmo! Un hombre tan fornido, encima del jumento, y el pobre niño, aún tan débil y chico, abajo.
El padre, sin entender nada, le indica al hijo que suba también él. Pero su alegría dura apenas unos minutos, justo cuando otro caminante comienza a increparles:
- Algunas personas merecerían ser ellos los burros. ¡Qué poco respeto para el pobre animal tan famélico, que ni puede tirar con el peso de los dos!
Nuevo intercambio de miradas, antes de que el padre, cada vez más irritado, suelte:
- Mira hijo, vamos a apearnos los dos y continuaremos andando, que ya queda poco.
Pero justo antes de llegar a la huerta, una cuarta persona, riéndose abiertamente, proclama a los cuatro vientos:
- ¡Serán tontos! Mira que ir los dos andando y el burro de vacío.
¿Moraleja? Esconde la mano, que viene la vieja.
Sin entrar a valorar si el resultado es bueno o no, ni mucho menos compararlo con las expectativas creadas o con el balance obtenido por otros candidatos en la mente de todos –la Italia de Cunego al completo, el suizo Cancellara…-, lo que me viene a la cabeza es la fábula del padre el hijo y el burro, uno de mis relatos favoritos y una fuente de reflexión para casos como éste.
Entre las distintas versiones de la historia, según el orden de los protagonistas, me quedo con ésta:
Un padre y su hijo salen por la mañana acompañados de su burro, para ir a la huerta. Como siempre, el zagal va montando y el padre, caminando a su lado. Un aldeano al verles comenta:
- ¡Que poca consideración! El joven, tan fuerte y robusto, montado en el burro, y el padre, ya anciano, haciendo el camino a pie.
Padre e hijo se miran y éste le dice:
- Padre, móntese usted, que yo iré andando
Un segundo viajero, al cruzarse con ellos, les espeta indignado:
- ¡Que egoísmo! Un hombre tan fornido, encima del jumento, y el pobre niño, aún tan débil y chico, abajo.
El padre, sin entender nada, le indica al hijo que suba también él. Pero su alegría dura apenas unos minutos, justo cuando otro caminante comienza a increparles:
- Algunas personas merecerían ser ellos los burros. ¡Qué poco respeto para el pobre animal tan famélico, que ni puede tirar con el peso de los dos!
Nuevo intercambio de miradas, antes de que el padre, cada vez más irritado, suelte:
- Mira hijo, vamos a apearnos los dos y continuaremos andando, que ya queda poco.
Pero justo antes de llegar a la huerta, una cuarta persona, riéndose abiertamente, proclama a los cuatro vientos:
- ¡Serán tontos! Mira que ir los dos andando y el burro de vacío.
¿Moraleja? Esconde la mano, que viene la vieja.
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