Mucho se habló este año de la revolución que suponía el recorrido del Tour de Francia 2009: que si una crono más larga de lo habitual el primer día en Mónaco, que si la recuperación de la crono por equipos, que si Pirineos casi de entrada, que si el Ventoux a un día del final… Mucho se dijo entonces que suponía una ruptura con la tradición. Hoy, un año después, tras la presentación de la edición 2010, tan solamente nos queda decir que fue un Tour atípico, nada más, y que la gran carrera francesa sigue por su camino tradicional. Algo que, por otro lado, me parece completamente lógico, ya que tiene una ‘imagen de marca’ que mantener y que no puede ir cambiando de forma caprichosa año tras año.
Los cambios en el Tour se reducen a poco: contrarreloj por equipos si o no –este año no se ha incluido-, cronos individuales más o menos largas –nunca llueve a gusto de todos-, y la opción de afrontar antes Alpes que Pirineos o viceversa –la segunda cadena montañosa visitada será siempre más selectiva y por ello se habla este año de homenaje a los Pirineos-. Y junto a esto, algún condimento que puede variar cada año: este año el picante lo ponen los doce kilómetros de pavés.
Son muchos medios los que han analizado pormenorizadamente el recorrido y casi todas las grandes figuras ya lo han valorado –me conviene, favorece a Pepito…-. A mi simplemente me queda insistir en que lo bueno del Tour es que, haga lo que haga, va a seguir el camino de la tradición, mientras que funcione –que si lo hace y muy bien-. Malo si no sigue esta vía.
Por el contrario, son numerosas pruebas ciclistas las que –argumentando una pretendida innovación que simplemente son cambios erráticos- no terminan de encontrar su sitio, su ‘imagen de marca’ en el contexto del ciclismo internacional. Y con la competencia existente, la ‘definición’ se basa exclusivamente en el dinero. Cuando se corre una Milán-San Remo, un Tour de Flandes, una París-Roubaix o incluso una Challenge de Mallorca sabemos con lo que nos enfrentamos. Pero desgraciadamente sucede con muy pocas carreras.
La innovación requiere investigación, estudio de necesidades e intereses, y, una vez instaurada, consolidación. Para que se convierta en tradición.
Los cambios en el Tour se reducen a poco: contrarreloj por equipos si o no –este año no se ha incluido-, cronos individuales más o menos largas –nunca llueve a gusto de todos-, y la opción de afrontar antes Alpes que Pirineos o viceversa –la segunda cadena montañosa visitada será siempre más selectiva y por ello se habla este año de homenaje a los Pirineos-. Y junto a esto, algún condimento que puede variar cada año: este año el picante lo ponen los doce kilómetros de pavés.
Son muchos medios los que han analizado pormenorizadamente el recorrido y casi todas las grandes figuras ya lo han valorado –me conviene, favorece a Pepito…-. A mi simplemente me queda insistir en que lo bueno del Tour es que, haga lo que haga, va a seguir el camino de la tradición, mientras que funcione –que si lo hace y muy bien-. Malo si no sigue esta vía.
Por el contrario, son numerosas pruebas ciclistas las que –argumentando una pretendida innovación que simplemente son cambios erráticos- no terminan de encontrar su sitio, su ‘imagen de marca’ en el contexto del ciclismo internacional. Y con la competencia existente, la ‘definición’ se basa exclusivamente en el dinero. Cuando se corre una Milán-San Remo, un Tour de Flandes, una París-Roubaix o incluso una Challenge de Mallorca sabemos con lo que nos enfrentamos. Pero desgraciadamente sucede con muy pocas carreras.
La innovación requiere investigación, estudio de necesidades e intereses, y, una vez instaurada, consolidación. Para que se convierta en tradición.
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