A pesar de que la ceremonia protocolaria después de una
carrera ciclista –o de cualquier evento deportivo en general- debería se uno de
los momentos más mimados de una competición, he visto verdaderas chapuzas en
ese momento clave en el que se junta el reconocimiento de los méritos
deportivos de los mejores, con el ‘momento de gloria’ de aquellos que
posibilitan la prueba –sean patrocinadores, sean políticos- y que quieren
aparecer en la foto de rigor.
El fallo más habitual es la demora del comienzo de este acto por miles de razones de lo más peregrinas. Es frecuente la ausencia de los deportistas premiados, a los que no se les ha avisado y se han ido tranquilamente a cambiar o incluso a pasar el control. Pero también la espera puede ser porque hay que confirmar los resultados definitivos completos, cuando solo importan los primeros, los que van a acudir al podio-, o porque se debe preparar todo el material de la premiación (trofeos, maillots, medallas, ramos de flores…) que debería estar dispuesto con antelación. La consecuencia normal de ello es que buena parte de los espectadores se hayan ido o estén deseando irse.
El segundo error que produce hastío es la entrega excesiva
de trofeos, que debe reducirse a lo estrictamente necesario. Es harto frecuente
que haya demasiadas categorías, demasiados premiados por categoría, demasiadas
clasificaciones distintras o demasiados premios por participante. Si a eso le
unimos que no hay un orden claro en las entregas –categorías, premiados y tipo
de premios-, en las personas que participan en dicha ceremonia protocolaria y
sobre todo en la alternancia entre los momentos en que se conceden los premios
y en los que es necesaria una pausa para grabar o fotografiar, el desastre
puede ser total. Y las ganas de irse, mayúsculas.
Pero el tercer y más grave problema es la desidia en la
celebración del protocolo, que debe estar lo más estandarizado posible, aunque
solo ocurre en determinadas competiciones profesionalizadas, que cuentan con un
responsable de estas ceremonias -en este sentido mi compañero Norbey Andrade es el mejor ejemplo-, lo mismo que hay o debería haber especialistas
en otras facetas de la competición. Corredores que salen de no se sabe donde,
que suben con hijos, hermanos o incluso amigos al podio, por no hablar de los
objetos más peregrinos, que no se preocupan de centrarse en lo que es el acto y
a los que resulta imposible tomar una foto en condiciones; personalidades que
pretenden que cada uno de sus movimientos sea inmortalizado en imágenes o que se
ponen a hablar con otros participantes despreocupándose del ceremonial, o que
incluso ‘arrojan’ el premio correspondiente evidenciando su hastío por
participar en un podio en el que no deseabas estar. Por no hablar de las
azafatas ‘amateurs’, muchas veces inexistentes, en ocasiones con vestidos
absolutamente dispares y totalmente perdidas en el escenario del caos, o de maillots de tallas equivocadas... de los que incluso pende la etiqueta.
En fin, habría material para escribir un libro sobre este
asunto, aunque lo único que pretendo es llamar la atención sobre un momento
importante pero que se descuida enormemente. Como la comunicación, pero ese es
otro tema sobre el que he insistido tanto sin éxito que ya me aburro.
Debería estar prohibido dejar subir a los premiados con su respectivo hijo/s, me parece una imagen tan horrenda como ridícula. Incluso recuerdo la foto de un podium de un Campeonato de España con los corredores vencedores,el seleccionador y su descendiente (el del seleccionador), una foto para el recuerdo (de mi memoria). Bajo mi punto de vista, la demora de una entrega de premios puede empañar una competición perfecta, de ahí su importancia.
ResponderEliminarHola
EliminarAñadiría otra cosa que no me gusta y es que suban al podium con gafas de sol.Lo he visto incluso con lluvia.
Un saludo y enhorabuena por el blog.