Hoy
ha sido la última ocasión que hemos tenido -aunque nos queda la final esta tarde- para ver una persecución femenina
por equipos de tres corredoras. A partir de la próxima temporada –que empieza
el lunes tras finalizar el Mundial, recordemos- esta especialidad se equipara a
la masculina y las escuadras estarán formadas por cuatro corredoras.
Desde
el punto de vista deportivo, es un indudable acierto ya que con cuatro
integrantes son menos decisivas las individualidades y la prueba pasa a ser lo
que dice su nombre, ‘por equipos’. Por el contrario, la medida perjudica a
aquellas naciones con menos corredoras, y es que, a nadie se le olvide, el
ciclismo femenino sigue siendo –salvo honrosas excepciones- el pariente pobre
del masculino, que van a tener más dificultades para seleccionar corredoras, o
incluso con fuertes diferencias entre ellas, por lo que se acusará más si cabe
esa individualidad.
Por
el contrario, la velocidad por equipos femenina seguirá con dos corredoras. En
este caso, es una cuestión fisiológica ya que el esfuerzo de un 500 femenino es
equiparable al kilómetro masculino. Incluir, por lo tanto, a una tercera
corredora supondría que tuviera que cubrir una distancia agónica.
De
todas formas, hay algo que no me convence de esta prueba que debería ser, como
su nombre indica, por equipos, aunque ayer en Minsk vimos varios ejemplos de
individualismo que afectan a la filosofía de la prueba.
Y es que algunas segundas corredoras ‘pasan’ de coger la rueda de su compañera de
primera vuelta y se ‘chupan’ un 500 con un resultado quizá mejor que si
hubieran seguido al estela, como mandan los cánones. Estas imágenes de
Australia ayer, con Stephanie Morton ‘a su aire’ son el mejor ejemplo, pero no
el único.
Insisto,
es una apreciación personal y me gustaría que alguien me diera algún argumento,
en pro o en contra. Pero de momento, algo no termina de cuadrarme en esta
espectacular disciplina.
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