jueves, 23 de abril de 2015

De un móvil no nace un fotógrafo, pero sí alguien molesto y peligroso

Este vídeo de Eurosport nos muestra claramente que la mayor parte de los accidentes causados por los espectadores han sido por estar en una mala posición, bien para ver más de cerca de los ciclistas, aunque sea unos centímetros, bien para captar un documento gráfico irrepetible en forma de fotografía (léase capricho personal). Un problema que se ha incrementado considerablemente en los últimos años con la democratización de la fotografía, es decir, con que cualquier aficionado dispone de un móvil, incluso una tablet, para hacer esa foto o grabar un vídeo.



La necesidad de pegar el ojo al visor suponía que la máquina fotográfica tradicional hiciera un todo con el cuerpo. Pero con los móviles, no es necesario y el riesgo se incrementa al sacar a destiempo un brazo que el ciclista no espera y no puede esquivar. O peor aún con los ‘selfies’, ya que el ‘artista’ ni siquiera ve al ciclista al situarse de espaldas a él. Y en el caso de los vídeos, el tiempo de riesgo se multiplica considerablemente. De los palos para ‘selfies’, mejor ni hablar: todo lo que se diga de ese artefacto diabólico es poco.

Las cámaras de los móviles han mejorado mucho, pero siguen adoleciendo de dos fallos principales. Por un lado, el zoom es digital, no óptico, por lo que la calidad disminuye ostensiblemente en imágenes lejanas. Por otro, la velocidad: es muy difícil, a veces imposible, recoger adecuadamente el movimiento. Y los ciclistas, qué casualidad, se mueven. A estos dos factores técnicos condicionantes se le une uno más de carácter personal: buena parte de estos aficionados no tienen ni idea de leyes de encuadre fotográfico o de posición, por lo que más que fotografías lo que se producen son verdaderas vergüenzas, eso sí, personales e irrepetibles.

Pero aparte del peligro real para los corredores, y todo ello para obtener una imagen de ínfima calidad, buena parte de estos aficionados foteros se creen que tienen el derecho absoluto a la hora de elegir una posición para plasmar sus aberraciones. Y cualquier fotógrafo profesional debe tenerlo en cuenta no sea que se le ocurra taparle su visión y reciba un empujón –como me pasó en Valladolid ante un fulano que me recriminó quitarte la visión a su ‘costilla’- o cualquier tipo de improperio. Por no hablar de la aparición espontánea del brazo, de la mano y del móvil que te joda irremisiblemente tu trabajo. En las ceremonias protocolarias, incluso, la existencia de una zona reservada para fotógrafos no es garantía de que se te cuele cualquier inclusero con pretensiones, o que los aficionados que estén detrás te pidan o te exijan acaloradamente –si es con buenas maneras, se abren casi todas las puertas- fotografiar a su retoño... que posiblemente llegue a vislumbrarse con un poco de imaginación en el contraluz de la imagen entre las cabezas de todos los presentes.

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