La eterna pregunta sobre si el
periodista –igual que otros profesionales y artistas- nace o se hace, tiene en
mi caso una sencilla respuesta, aunque reconozco que la otra opción sería la
elegida por otros en esta misma situación: se hace. Yo no nací ni manifesté en
mi infancia una vocación especial; a lo sumo espacial, ya que los primeros años
de la carrera hacia la Luna provocaron un interés en mí hacia la astronáutica.
Pero no pasó de eso, de un sueño infantil.
Por el contrario, mi relación con el
periodismo fue apareciendo y creciendo apoyada en una afición, en este bendito
deporte del ciclismo. Fue el mítico Luis Ocaña quien me metió el veneno en el
cuerpo, con sus actuaciones en la Vuelta de 1970 y en los Tours de 1971 y 1973.
Pero mientras que otros chavales le daban a los pedales para imitar al
conquense, a mí me dio por leer y escribir, por ir a la Hemeroteca –un vetusto
y desordenado edificio situado por aquel entonces en la madrileña calle
Zurbarán- a recopilar información de diferentes corredores y carreras ciclistas,
coetáneos o anteriores a mí. Descubrir en el As o en el Marca un coleccionable
o simplemente un reportaje de temática ciclista era para el embrión de
periodista que había en mí como encontrar un tesoro en una isla perdida, aunque
eran mucho más abundantes de lo que lo son ahora. Aquellos tiempos sin Internet
eran realmente complicados para la investigación pero posiblemente más
entretenidos.
Después de Ocaña vinieron otros
ídolos de muy diferente corte y trayectoria como José Enrique Cima, Vicente
Belda, Alberto Fernández, Faustino Rupérez, Pello Ruiz Cabestany… que siguieron
alimentando lo que iba a ser ya una profesión. Y es que ganar un concurso musical
de radio junto a mi hermana, lo que se saldó con un viaje a Alemania para ver
en directo a un grupo de éxito en Europa pero que se quería promocionar en
España –Barclays James Harvest- fue la luz para abandonar Económicas, que había
comenzado a estudiar, y matricularme en Periodismo.
La faceta comunicacional de las
empresas y organizaciones -proporcionar información- me atraía tanto o más que
el ‘otro lado’, el de recolectar noticias y difundirlas en los medios. De ahí
mi primera elección, frustrada y frustrante cuando descubrí que allí –en la
Facultad- sólo importaba el componente ‘económico’, valga la redundancia.
Mi primera fase de formación en
periodismo conjugó la asistencia a la Facultad –donde realicé más de un trabajo
académico vinculado con el ciclismo, aunque siempre digo que aprendí más en un
día de calle que cinco años en la ‘cárcel’-, un primer trabajo autodidacta pero
todoterreno que me dio muchas tablas, un servicio militar excepcional en todos los sentidos, y una segunda ocupación laboral ya como periodista deportivo que
me permitió seguir ya algunos eventos de alto nivel como las Vueltas a España
de 1991 y 1992 y el Mundobasket Argentina’91.
Pero como decía, mi objetivo
profesional radicaba en trabajar con la noticia desde el lado del emisor, por
lo que la oportunidad de formar parte de la RFEC, donde me incorporé en 1993,
me vino como anillo al dedo. En todo caso, no se trataba de un simple fin, más
bien al contrario, del principio de una carrera como ‘comunicador’: en los tres
largos siguientes lustros fui ampliando mi formación en una segunda fase –que nunca
tendrá fin- que incluye distintos ámbitos laterales pero relacionados con el
periodismo, aparte de adquirir una importante experiencia y otras habilidades,
tanto en lo profesional como en lo personal.
De esta forma cursé programas de
especialización en gestión deportiva y en administración de empresas así como cursos
y seminarios de marketing, imagen e identidad corporativa, patrocinio,
fundaciones o protocolo…. hasta que la profesión periodística se abría a unanueva etapa a causa de Internet.